Noticias e información en castellano sobre Bruce Springsteen

Hard Rock Calling

Bruce Springsteen se presentó por segunda vez en Londres, esta vez en el marco del festival Hard Rock Calling, en su nuevo emplazamiento en el Olympic Park y sin las limitaciones de tiempo del año pasado, que ocasionaron que se cortara el sonido durante los últimos compases de «Twist and Shout». Curiosamente este año, sin límite de tiempo, Bruce dio un concierto más breve y menos inspirado.

Cansado quizá de tantos viajes y de tener que tocar dos noches seguidas, se le vio con menos energía y recurriendo de nuevo a su setlist más manido, quizá una buena táctica ante un público de festival menos dispuesto a oir canciones desconocidas. Abrió fuego con «Shackled and Drawn», «Badlands» y «Prove it All Night», seguidas de tres canciones de Nebraska, algo infrecuente: «Johnny 99», «Reason to Believe» y «Atlantic City».

Tras recordar los numerosos conciertos que ha ofrecido en el Reino Unido este año, y que en ellos había interpretado los discos Born to Run y Darkness on the Edge of Town, anunció que iban a sumar uno más a la lista, Born in the U.S.A. El resto del show prácticamente fue idéntico al de la noche anterior en París, salvo por la bienvenida adición de «Jungleland» como primer bis, y un cierre inesperado con una versión acústica de «My Lucky Day».

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París

Una de las características de esta gira Wrecking Ball es lo imprevisible de su repertorio. Springsteen sólo mantiene 4 ó 5 canciones fijas y el resto varía cada noche. Hay una serie de canciones estándar que, sin ser fijas, son bastante frecuentes, junto a una larguísima lista de temas ocasionales de todas las épocas. Algunas de esas canciones las programa el propio Bruce, otras son a petición del público. El resultado final es un setlist variado y equilibrado por épocas y estilos, mezclando rarezas con grandes éxitos, medios tiempos con baladas, rock con soul o pop, consiguiendo contentar a su parroquia de forma generalizada.

No fue así en París. Fue un concierto anómalo, pues ese equilibrio se rompió en favor de lo grandes éxitos y sus canciones más populares y repetidas. El hecho de elegir interpretar el disco Born in the U.S.A. al completo decantó la balanza y las canciones pre y post-disco acabaron de conformar un setlist previsible donde sólo mostró su faceta más popular y autocomplaciente. Cuando recuperó temas de épocas pre-1984 se agarró sólo a estándares repetidos hasta la saciedad. «Cadillac Ranch» fue lo más extravagante y arriesgado de la noche, junto al estreno de «Lucille», ese trepidante rock de Little Richard que pidieron desde las primeras filas. El resto, los sempiternos clásicos, dando la sensación de que todo el concierto fue un bis de más de tres horas.

Cadillac

La variadísima paleta de emociones que Springsteen ofrece noche tras noche de manera inteligente se redujo al mínimo en el desangelado Stade de France de París. Bruce salió triunfante del escenario, pues es obvio que una mayoría de los asistentes a las giras de estadios conocen poca cosa más allá de los grandes éxitos. Bailaron y corearon, mucho, en una megafiesta para 70.000 personas. La magia habitual se quedó en Gijón.

Lo más interesante fue verle salir al escenario antes de las seis de la tarde, de forma imprevista, para un pequeño concierto acústico de tres canciones, en un gesto de agradecimiento a los fans más puntuales. «This Hard Land», «Burning Love» y «Growin’ Up» fueron las tres únicas concesiones para los que fueron a ver algo más que una fiesta.

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preshow

Bruce Springsteen en Gijón – Todo lo que quisimos ser (y más)

SteveBruce

por Héctor G. Barnés

Contaba Miguel Martínez en la presentación madrileña de su libro La mitad de lo que quisimos ser (66rpm) que en España la práctica del periodismo musical es una utopía porque el significado que puede encerrar una canción como «Cocain» de John Martyn no le interesa a más de cien personas. A Bruce Springsteen se le reprocharán muchas cosas, pero hay que reconocerle el mérito de haber conseguido que esa música que en condiciones normales no interesaría a más de cien personas termine apelando a millones en todo el mundo, entre los que se cuentan unos cientos de miles de españoles. Al propio Springsteen le gusta recordar una cita de Martin Scorsese que dice que “el trabajo del artista es conseguir que el público se preocupe por tus obsesiones”. Unas obsesiones que, como cualquiera que se haya detenido en las letras de «Racing in the Street», «Two Faces» o «Reno», no son precisamente digeribles por cualquier estómago, por más que aparezcan maquilladas bajo la figura del pureta bonachón que ahora define a Springsteen.

Ahí está su gran gloria, haber mantenido su fe en la visión redentora y sentimental de la música a viento y marea en tiempos de cinismo y haber salido ganador del envite. Pero también su penitencia, pues las exigencias del éxito masivo le han pesado a menudo como una losa, arrastrándolo a lo populachero y a lo fácil con más frecuencia de lo deseado. Sin embargo, con esta gira de Wrecking Ball que ya se interna en su segundo año, ha conseguido superar esa dicotomía entre la superestrella masiva que se ve obligada a hacer continuamente concesiones y el artista que pugna por asomar la cabeza entre interpretación e interpretación de «Waitin’ on a Sunny Day». Springsteen, tres lustros después de reunir a la E Street Band, por fin ha conseguido conciliar todas las caras de su amplio cancionero en un discurso coherente, poliédrico e imprevisible. En definitiva, la apoteosis springsteeniana en tres horas y media, como bien demostró, una vez más, en Gijón.

Spiritsing

Resulta sintomático que en el repertorio figurasen cuatro canciones sacadas de The River («Out in the Street», «The River», «You Can Look (But You Better Not Touch)» y «Drive All Night») pues el diseño y discurso de los conciertos de este año recuerdan al de aquel álbum doble. En resumidas cuentas: los tiempos son malos, la vida es jodida, pero quizá una buena canción de rock’n’roll nos permita sobrevivir hasta mañana. En ese sentido, el Wrecking Ball tour es un The River desbordado por los temas de los últimos 30 años. Si aquel disco tenía la ambiciosa pretensión de sintetizar toda la vida con sus altos y sus bajos, sus momentos de felicidad y de tristeza, de furia y de resignación, de ser el álbum perfecto para un sábado por la noche y un domingo por la mañana, esa gira hace lo mismo, sólo que escenificado delante de decenas de miles de personas. Se puede discutir que las canciones de Wrecking Ball quizá haya desaparecido con demasiada rapidez de los repertorios, pero, simplemente, han pasado a ser una pieza más del mecanismo que configura los conciertos. Un mecanismo que, frente a lo que nos acostumbró la rigidez de las giras de reunión (1999-2000) o la de The Rising (2002-2003), amenaza con desencajarse en cualquier momento, a lomos de la explosiva y deseada «Ain’t Good Enough For You» seguida por una inesperada versión de «Travelin’ Band» de Creedence Clearwater Revival. Pero que, al contrario de lo que ocurrió durante el 2009, nunca lo hace. Hay espacio para el desfase, sí, pero no para el azar. Equilibrio perfecto.

La noche de Gijón derribó otro de los mitos que rodean los conciertos de Springsteen en España: que, amantes de la diversión como somos, siempre nos caen los conciertos más facilones de la gira. Cierto es que la sexta marcha estaba metida desde el arranque, con una trepidante «My Love Will Not Let You Down» (poco habitual en todo el mundo, menos aquí), un «Out in the Street» que ha recuperado el brillo que perdió durante los últimos años y un «Better Days» maravillosamente barnizado por una capa de góspel. Días felices: Springsteen dedicó la canción a su hijo y dejó claro que era una noche para disfrutar. No escuchamos (ni para bien ni para mal) ningún disco al completo, y a ratos se suspiraba por un poco más de un Darkness on the Edge of Town apenas representado por «Badlands», pero hubo un poco para todos los gustos. El que quisiera fiesta, la tuvo con una hilarante y absurda (quizá demasiado) «Darlington County», un «You Can Look (But You Better Not Touch)» que pilló a Steven Van Zandt a contrapié y un «Light of Day» donde, esta vez sí, Steve sacó brillo a la Stratocaster. Al fin y al cabo, era su petición para terminar el set. Y el que quisiera mensaje, lo tuvo en una acertada transición entre «Jack of All Trades», «The River» y «Atlantic City» que enfrió el ambiente pero nos recordó por qué Springsteen es Springsteen y no es Tom Petty. Y, saldando deudas pendientes, sonó uno de los Santos Griales perseguidos por los fans: un «Drive All Night» resucitado y en el que, cosas de la edad, el minimalista desgarro vocal de su versión original ha perdido importancia frente a la bella sinfonía pintada por la banda. Hace décadas, Springsteen reconocía que no la interpretaba porque era una canción difícil de entender en grandes recintos. Hoy, o ha ganado en atrevimiento o en confianza; es decir, o es que se atreve con todo, o es que directamente le da igual.

Cierto es que para el fan de largo recorrido, el concierto pudo resultar un tanto irregular –sí, como la vida misma–, especialmente en el tramo previo a la explosión de «Rosalita (Come Out Tonight)», un bombón que durante esta gira ha sido jugado como imprevisible y refrescante comodín. Pero, a diferencia de lo que ocurrió en la época de Magic y Working on a Dream, vuelve a haber ganas de escuchar temas que han sido tocados hasta el abuso como «Spirit in the Night», «Darlington County» o «The Rising», gracias a ese update de la E Street Band impulsado por la sección de vientos, las percusiones y las voces de acompañamiento. Cierto es que Springsteen, hábil que es, ha sabido encontrar en esta expansión de la banda la red de seguridad que la vieja E Street Band necesitaba (y ha aprendido a espaciar los conciertos para no sufrir esos problemas de voz que causaron estragos en 2009), pero la versatilidad de esta banda es un regalo para los oídos, aunque ello le haya conducido a perder parte de su personalidad. Steven Van Zandt desconecta a ratos, Nils Lofgren es cada vez más un secundario de lujo, Jack Clemons no tiene la misma importancia escénica que el Clarence de los buenos tiempos y Patti Scialfa ni está ni se la espera. Pero pese a ello, la E Street Band ha salido ganando con el cambio, ya que sobre todo, ha ganado color, sabor y textura.

RosieMuppet

No estaba muy fino Springsteen con los bises últimamente, pero como ocurriese con Madrid el año pasado –una noche bastante semejante a esta de Gijón–, el león de los escenarios volvió a arrasar durante esa última hora que a veces amenaza con devolvernos a casa con mal sabor de boca, salvo quizá por un «Radio Nowhere» que cada día suena peor. «Born in the USA» ha vuelto para quedarse en una versión más expresionista que nunca; «Born to Run» suena como ha sonado desde 1975 y «Seven Nights to Rock» de Moon Mullican retornó por la puerta grande. «Dancing in the Dark» es puro gimmick, pero sigue funcionando, y la inamovible «Tenth Avenue Freeze-out» aún es el mejor homenaje a Clarence. Además, conscientes de que el final con «Twist & Shout» ha sido tan repetido a lo largo de estos últimos años que resulta completamente previsible, le ha crecido en su parte final un simpático y vigoroso «Shout» (Isley Brothers). Lo importante, parece pensar Springsteen, es ir un paso por delante de las expectativas del público. Y en ese sentido apenas ha fallado durante los últimos dos años.

Una vez terminaron los fuegos artificiales, tocaba volver al comienzo del viaje. Una escalofriante «Thunder Road» puso la guinda a la noche, y nos recordó que nunca es tarde para volver a emprender el viaje hacia nuestros (ejem, perdonen) sueños. Que cada día, la puerta del porche vuelve a abrirse una vez más. Un mensaje naïf en estos tiempos, quizá, pero que ha encontrado una respuesta afirmativa en varias generaciones de aficionados. ¿Por qué seguimos volviendo a ver a Springsteen en directo una y otra vez? Porque sigue siendo el único capaz de contarnos que nuestras vidas son mejores de lo que pensamos, sin mentirnos, sin condescendencia y sin pizca de ironía. En su voz, nuestras miserias siempre suenan mejor.

SaludoFinal

Gijón

GijonLondonCallingSign

«Guijón, guijón» gritaba Bruce encendiendo al público con su particular pronunciación. En realidad, no hacía falta. El público vino «encencido» de casa en el único concierto en España este año. Bruce salió al escenario, lanzó «My Love Will Not Let You Down» y el público rugió. «Out in the Street» acabó de rematar la faena. Y llevaba sólo dos canciones. El resto del concierto fue de absoluta entrega. Gijón se rindió a los pies de Bruce y éste ofreció un repertorio ancho en variedad y extenso en minutaje (tres horas y media), eligiendo canciones de todas las épocas y aceptando numerosas peticiones via los cientos de carteles que el personal mostraba cada vez que Bruce se acercaba al césped.

Así llegaron «Better Days», «Ain’t Good Enough For You» (absolutamente celebrada) y una sorprendente «Travelin’ Band», de Creedence Clearwater Revival, un rock trepidante que tocaba por primera vez en esta gira 2012-2013. «Jack of All Trades» y «The River» trajeron el sentimiento en tiempos de crisis, temática ampliamente comentada por Bruce, tanto en sus introducciones habladas en castellano como en el contenido de las canciones que escogió específicamente para la ocasión. Más tiempos duros: «Atlantic City» y «Death to My Hometown» ponían el dedo en la llaga.

FullCrowd

Y luego la fiesta. Masiva, sin contemplaciones, absolutamente delirante en temas como «Rosalita» y «Darlington County», para pasar luego al rock más eléctrico de la mano de «Because the Night» (donde Nils Lofgren se mostró sublime tanto en la larga introducción como en el explosivo solo final), para enlazar con un peso pesado como «She’s the One», portentosa como siempre, con el contrapunto fantástico de Stevie tanto en los coros como en los acertados licks de guitarra, siempre en el momento adecuado.

Más adelante se permitió romper el guión habitual de la segunda parte del concierto (esa que va desde «Shackled and Drawn» hasta el final), con una joya impensable en un estadio: «Drive All Night», una exquisitez que prácticamente no toca nunca, interpretada de forma magistral tanto a nivel vocal como por el trabajo de Jake Clemons al saxo. Un momento inconmensurable. Nuevo paseo por la primera fila y otra pieza fuera de guión, «Radio Nowhere» como primer bis, con el poderoso Max dejándose los callos en cada redoble. También «Seven Nights To Rock» fue de regalo ante la excitación de un público que pedía más, que saltó con «Dancing in the Dark» y «Twist and Shout». Querían más, y llegó «Shout», clásico de los Isley Brothers que Bruce bordó, ofreciendo su cara musical más negra. Si no llega a cerrar la velada con una versión acústica de «Thunder Road» (extraordinaria), aquello no acaba nunca. Hasta acabar las fuerzas.

Salvador Trepat

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Driveallnight

niñoesponja

Al otro lado de la frontera

Momento histórico en 1993: Bruce sorprendió a todos cantando en español una estrofa entera de la canción de Ry Cooder y John Hiatt «Across The Borderline». Fue la primera vez que lo hacía. Repitió días después en Santiago de Compostela y Barcelona.

Gijón 2013: seguiremos el concierto en directo a través de Twitter. Puedes seguirnos en @pointblankspain para seguir el concierto minuto a minuto.

(min.4’16»)