El bajón de la primera noche nos dejó un regusto amargo. A la segunda actuación en Bercy acudimos con sentimientos encontrados en el grupo: unos pensando que lo vivido en la gira española, o en la reciente escapada a Montpellier, no se repetiría ya, y los más optimistas convencidos de que Bruce compensaría con un concierto extraordinario.
Y acertaron los más optimistas. El calor en París había bajado, llegó la lluvia, y la temperatura dentro del recinto era soportable. Con una hora de retraso Springsteen y la E Street Band tomaron el escenario con los conocidos redobles de batería que dan paso a «We Take Care of Our Own»… sólo que a los pocos segundos Bruce empieza a tocar tras gritar su clásico «One, Two… One, Two, Three, Four» y sorprende con «The Ties That Bind», sonando en toda su gloria, cantándola con sentimiento y garra. Empezaba bien la noche, pero era pronto para hacer sonar las campanas… llega el segundo tema, «No Surrender», a toda máquina, y de nuevo nos sorprende la enorme energía que tanto Springsteen como toda su banda desprenden ya desde el inicio. Mejor no podía empezar. Cuando ya preveemos el inicio de «We Take Care…» vemos a Springsteen pidiendo a la banda que sigan tocando, mientras levanta dos dedos y se señala al corazón, señal inequívoca de que quiere cantar «Two Hearts», y así es! Redoble de Max y entra «Two Hearts» a todo trapo, y Steve y Bruce empiezan su particular complicidad, su fantástico duo vocal en las mejores frases del tema, y la electricidad nos arrastra a otro nivel.
Hasta aquí extraordinario, gozando con tres canciones iniciales que, imaginamos, darán paso ya a «We Take Care…». Nuevo error. Saltándose el propio setlist escrito que tiene pegado a sus pies, Bruce arranca una estupenda «Downbound Train», y nos deja de nuevo desconcertados. Sin tregua, da instrucciones de nuevo a Max y se embarcan en una furiosa versión de «Candy’s Room» que nos deja estupefactos. La rabia es palpable en el solo de guitarra. Podemos afirmar ya, con poco margen de error, que hoy Springsteen está encendido, enchufado, entregado a su extenso repertorio. Se ha perdido ya el hilo habitual de la gira, y no sabemos por donde saldrá. El piano de Roy no deja dudas: es «Something in the Night». Las caras de incredulidad, y alegría, se multiplican en la grada. Oigo comentarios de todo tipo pero recuerdo uno en particular: «es tan intenso que si acabara ahora el concierto me iría feliz a casa».
Pero en lugar de acabar, y tras un largo «entremés» de seis canciones, vuelve al guión previsto y empieza lo que sería un concierto ‘normal’ de la gira: suenan «We Take Care Of Our Own», «Wrecking Ball» y «Death to my Hometown». La diferencia radica ahora en que no son versiones ‘normales’: el público aúlla, Bruce corre, toca y canta como poseido por el diablo, como si fuera el último concierto de su vida y tuviera necesidad de demostrar algo. En «My City of Ruins» nos acordamos de Pere, un gran fan de Springsteen fallecido el día antes en un accidente de tráfico. Su pérdida ha sido largamente comentada y sentida en Twitter, y muchos le recordaréis por su participación en un reciente concurso en la cadena TV3, que le brindó la oportunidad de ganar un viaje al concierto de Newark y conocer a Springsteen personalmente.
Tras una breve pausa llega «Spirit in the Night» y el contacto con un público absolutamente entregado, y Jake y Bruce improvisando la parte central de la canción, en el lateral derecho del escenario. Le sigue uno de los momentos más emotivos de la noche, cuando el piano de Roy Bittan arranca una versión inconmensurable de «Incident on 57th Street», perfecta, de impecable ejecución, con los coristas cantando «those romantic young boys» como si llevaran 20 años tocándola. La versión es idéntica a la del disco, y con algunos detalles que la acercan a la del ’77. Parece como si Bruce hubiera avisado a su banda, «aprenderos estas canciones», y los miembros más reciente de la banda hubieran memorizado las canciones en su versión original. El solo final de Springsteen estremece, largo, delicado, dando paso de nuevo a Roy, quien se extiende en la coda final… hasta tal punto que parece que, como en el disco, la enlazarán con «Rosalita», pero no… Casi mejor, porque nos arriesgábamos a un infarto colectivo.
Y así, con esta energía, ese nivel de magia que algunas veces inunda sus conciertos (y otras sólo se intuye o vislumbra a momentos) continuó el concierto sin descanso, sorpresa tras sorpresa, entregando lo mejor de sí mismo, interpretando a la perfección las canciones, con una E Street Band (extensible a los coros y vientos) inmaculada, en estado de gracia, recreándose en cada versión, dejándose arrastrar por el huracán que Springsteen estaba creando esa noche, acompañados de un público en delirio, desbocado, entregado, apasionado, disfrutando como nunca. Sería absurdo mencionar todas las canciones, porque hasta las que, a priori, parecen menos interesantes («Working on the Highway», «Waitin’ on a Sunny Day»…) se impregnaron de esa magia invisible. Nils estuvo glorioso en «Because the Night», interpretada a ritmo diabólico, seguida de la explosión de «She’s the One», que Bruce alargó más de lo habitual en su parte final.
Hubo momentos para la distensión y la diversión, con «I’m Goin’ Down», «Easy Money» o una sublime «Apollo Medley», con el habitual paseo hacia la segunda barrera, Bruce y el público en éxtasis, y con un momento inédito en Europa: Springsteen, en un acto de confianza encomiable, se lanzó a los brazos de la gente y se dejó llevar en volandas desde la segunda barrera hasta el mismo escenario. El «crowdsurfing» hacía su aparición en Europa. Y no pasó nada, ni le engullieron ni hubo que llamar a seguridad: el público, manos en alto, le transportó durante quince metros sin ningún incidente. Bercy explotó en ese momento.
Y del delirio colectivo pasamos al silencio, nuevamente encomiable, más absoluto, cuando Bruce se sentó al piano para una maravillosa versión de «For You». Una joya más en una noche de sensaciones sin fin. Porque fue acabarla, recibir una ovación de gala, acercarse al micrófono e iniciar una versión de infarto de «Racing in the Street», extensa e intensa, delicada y salvaje, como poquísimas veces hemos tenido oportunidad de ver.
Los bises se iniciaron con «We Are Alive», precedida de una larga introducción donde habló de su madre y su hermana y de los ausentes. «Sin mi madre hoy no habría concierto», dijo dirigiéndose a la grada mientras su madre aplaudía y recibía una ovación. Con «Thunder Road», tocada a continuación, el nivel de emoción llega a su límite. La versión es sublime, el solo de saxo de Jake (fantástico durante todo el concierto) y la entrada de los metales estremecen. Bercy es una olla en ebullición cuando llegan «Born to Run», «Glory Days», «Dancing in the Dark» y la delirante «Seven Nights to Rock» (con Bruce tocando el piano con la cara y el culo -ante la sorpresa de Roy- machacando su guitarra contra el micro y ofreciendo todo su repertorio posible de bailes, danzas y saltos), para finalizar con «Tenth Avenue Freeze-Out» en todo su esplendor, tres horas y treinta y siete minutos después de iniciar uno de los mejores conciertos que le hemos visto nunca, difícil de describir sin inventarse ya adjetivos o sonar a pura repetición.