by Karsten Stanley Andersen/GreasyLake.org
En mis 24 años de ver a Bruce Springsteen en directo, parece que parte de lo que he estado haciendo es tratar de volver a aquella noche de 1988 cuando aquel joven de 19 años de edad se puso bajo la noche estrellada en un estadio en Copenhague y vio como «Twist and Shout» llegó a su fin con 45.000 personas bailando como una sola alma en comunión.
Antes de anoche había tratado de llegar a esa misma altura emocional más de 50 veces. Con la E Street Band, en solitario, con la Sessions Band, y con la otra banda. Ni una sola vez me fui decepcionado. Muchas veces he quedado empapado en sudor y agotado después de haber pasado por la trituradora de rock’n’roll llamada E Street Band. O en una nube de espiritualidad interna después de un show acústico. Y muchas de esas veces que mi primera reacción espontánea ha sido: «El.Mejor.Concierto.De.La.Historia». No importaba tanto si realmente era cierto bajo cualquier criterio que usemos para valorar eso. Lo que importaba era que Bruce todavía podía darme esa sensación, aunque, en retrospectiva, en el fondo de mi mente yo aún pensaba: «No, en ese primer concierto en 1988 aún hubo algo más».
Bueno, anoche fue diferente. Anoche estaba en una nivel diferente. Es la primera vez que puedo decir con confianza que mi experiencia en el año 1988 ha sido superado. Si hubiera ocurrido hace 2000 años, todavía habría religiones basadas en ella. Y quizá las haya dentro de 2000 años.
Y aunque aquel primer concierto hubiera sido en una noche de verano agradable y cálida como la del espectáculo del viernes, tampoco la consideraría de ese mismo nivel. Fue el diluvio de lluvia que precedió al concierto lo que lo llevó de ser simplemente épico a algo casi bíblico. Cuando menores las expectativas, mayores los resultados. Y estar de pie fuera del estadio bajo ese inmenso aguacero fue uno de los peores momentos que he vivido. Hacinados en la cola para el pit, con cientos de otras personas, incapaz de moverme mientras cascadas de lluvia me caían encima, y todo lo que podía hacer era simplemente baja la cabeza y aceptarlo. Me creó recuerdos de alguna posible vida anterior en las trincheras de Verdún durante la Primera Guerra Mundial. Me estaba cuestionando qué demonios estaba haciendo allí. Estuve a punto de prometer que este sería mi último viaje para ver a Bruce. Poco sabía yo que al final de la tarde sentiría que hubiera aguantado un centenar de esos aguaceros para poder estar en este concierto.
Para cuando comenzó el espectáculo -con más de 45 minutos de retraso, lo cual no contribuyó a animarnos- la lluvia había parado. No importó ya mucho: estaba empapado de arriba a abajo.
Pero desde ese momento todo fue sólo a mejor.
No es una norma infalible, pero para que un concierto sea épico, ayuda bastante si contiene «Lost in the Flood». Basta pensar en el Madison Square Garden, el 1 de julio de 2000. Ayer por la noche, a pesar del tiempo, ni imaginé que podría tocarla, pero cuando Bruce mostró el cartel de un fan a la banda, adquirió todo el sentido. Por supuesto que iba a tocar «Lost in the Flood», porque así era como estábamos, en una inundación. Y fue tremenda. Potente y siniestra, y con ese explosivo solo de guitarra que dejaría incluso a un fan del heavy metal sin aliento y suplicando misericordia.
Otro momento de guitarras calientes fue el duelo entre Bruce y Steve en «Saint in the City», una novedad para mí. Es mucho más ruidosa, cruda y peligrosa de lo que parece en los bootlegs. Fue una impresionante vuelta al pasado, a los garitos de techo bajo de mitad de los 70, a eaa banda de hambrientos y desesperados músicos que tocaban más para sobrevivir que por diversión.
Foto: Xavi Franco (Barcelona 2012)
Antes del concierto de ayer, «Frankie» estaba en la lista de mis cinco canciones favoritas de Bruce. Sigo sin entender cómo pudo dejar esta canción de lado durante tanto tiempo, y haberla tocado tan poco después de su edición en Tracks. Debido a eso, era una canción que apenas mencionaba cuando hablaba de qué canciones quería llegar a oir en vivo. Porque sabía que ni de coña iba a suceder. Así que solía decir que quería oir «Incident» con banda. En realidad, sin embargo, si tuviera la opción, yo elegiría siempre «Frankie» antes que «Incident». Pero, simplemente, no creía que tuviera esa oportunidad. La canción ha significado mucho para mí durante estos años, ya que más que cualquier otra canción de Bruce, describe exactamente cómo soy yo. Su tranquilidad exterior junto a la llama en su interior, tan lleno de luz y sueños y esperanzas. Mientras esperábamos fuera bajo la lluvia, podíamos intuir que la estaban ensayando durante las pruebas de sonido. Eso incrementó nuestras esperanzas, por supuesto, pero por la forma en que iba todo, pensé que era sólo una manera de añadir sal a la herida de estar tan cerca de la experiencia de oir «Frankie» en directo y probablemente ver a Bruce cazar alguno de los letreros pidiendo «Bobby Jean» y tocar ésta en lugar de «Frankie».
Pero lá tocó. Y fue glorioso. Y no fue una versión cualquiera improvisada, una de esas canciones sin ensayar fruto de una petición improvisada como ocurre en ocasiones. Lo quye nos ofreció fue una nueva versión, perfectamente planeada, con una hermosa introducción de guitarra y violín, y un dulce solo de guitarra al final. Y en medio Bruce hizo una pausa, miró hacia el público, donde miles y miles de teléfonos móviles estaban encendidos, y contó una historia sobre las noches de verano en las que acabas solo, sentado en el portal contemplando la noche y mirando a las luciérnagas. Fue el momento más mágico que he experimentado en un show de Bruce. Me quedé fascinado por completo y las lágrimas comenzaron a fluir.
Después de «Frankie», podría haber tocado «Bobby Jean» veinte veces y aún así habría sido el mejor espectáculo que he visto nunca (sin ánimo de ofender a aquellos a los que les gusta «Bobby Jean»). Pero, por supuesto, «Frankie», aun siendo mi favorita personal, era sólo un componente más de la noche especial en la que el concierto se estaba convirtiendo.
Y continuó. «The River» fue un acompañamiento perfecto para «Frankie». «Because the Night» tuvo un solo de guitarra incluso más largo de lo normal a cargo de Nils. Y a continuación, «Shackled and Drawn», la canción de Wrecking Ball que más me gusta en directo, con la promulgación de Bruce sobre los cientos de años de opresión a los trabajadores, con esa forma de arrastrar los pies por el escenario, como encadenado, canalizando en su gesto las voces de los esclavos, de los mineros del carbón y los trabajadores de las fábricas a través de los siglos.
Dice mucho de un concierto cuando «Backstreets» forma parte de él y ni siquiera es una de las tres canciones más destacadas de la noche. Y no fue por falta de pasión. De hecho, puede haber sido el mejor «Backstreets» que he escuchado en persona. Aunque sin llegar a ser «Sad Eyes», todavía incluye un interludio que te para la respiración. El público sueco -al menos donde yo estaba- fue increíble. Silencioso y atento cuando era necesario, ruidoso y participativo cuando era lo requerido. Bruce puede decir a todas las multitudes que los ama, y lo hace, probablemente, pero no hay duda de que en el caso de los suecos hay un vínculo especial. Como danés con complejo de inferioridad ante todo lo sueco, odio decirlo, pero es verdad, son los mejores.
Llegados a este punto cada canción nos dejaba helados, incluso aquellas que no son nuestras favoritas nos llevaban más allá. Nadie entre la multitud tenía ni un atisbo de duda duda de que estábamos viendo algo extraordinario, incluso para el alto nivel de Bruce Springsteen. «Thunder Road», con su explosión de metales al final que la revitalizan; esa eclosión de batería durante la frenética «Born in the U.S.A.», con Bruce instando a Max a crear el ruido más asombroso y maravilloso desde que toda la materia del universo decidió dividirse trece mil millones de años atrás; «Born to Run», incapaz de sonar vieja y rancia, y yo mismo, incapaz de cansarme de levantar el puño al aire gritando a todo pulmón «vagabundos como nosotros, nena, nacimos para correr».
Y luego, tras la obligatoria pero siempre emocional «Tenth Avenue Freeze-Out», el momento que se asegurará la posición de este concierto entre los mejores de Bruce de todos los tiempos. Tras más de 50 conciertos en la gira Wrecking Ball, las estrellas y los planetas se alinearon. El cielo nocturno en el borde del estadio de repente se convirtió en la cara de Clarence mirando desde arriba. Algunos dicen que «Jungleland» debería haber sido retirada para siempre. Yo digo que no estaban allí ayer por la noche o hubieran sentido también lo mismo. ¿Cómo, de repente, la muerte de Clarence parecía haber sucedido para un propósito superior, para que alguien recibiera su testigo simbolizando que nada muere, y seguimos vivos mientras lo que hemos hecho cambie el mundo como un terremoto, como Bruce hace todas las noches, o de un codazo movemos en otra dirección un pequeño y diminuto pedazo del universo, como todos hacemos. El propósito de la gira y, posiblemente, de nuestra existencia, resumido en ese solo de saxofón. Y estás loco si eres de lo que piensa que Clarence no habría estallado de orgullo al ver a su sobrino. Y cuando acabó, Jake, acertadamente, levantó el saxo hacia ese rostro en el cielo y le dio las gracias, a su tío, el Señor del Universo, el Big Man, Clarence Clemons.
«Twist and Shout» le siguió, no porque necesitáramos más, sino porque no puedes terminar un concierto tras una afirmación de vida como la que acabábamos de presenciar. Ha sido el «Twist and Shout» más largo que he visto desde aquella noche en 1988, una versión inacabable, hasta convertirse en un mundo en sí misma, y bailar y gritar era todo lo que había. El estadio de Ullevi no se rompió como en 1985, pero si lo hubiera hecho, si todas las paredes se hubieran derrumbado en ese momento, no creo que nadie en la multitud hubiera dejado de bailar.