por Salva Trepat
A pesar de su reluctancia a participar en actos de carácter político, Bruce Springsteen aceptó formar parte de los conciertos No Nukes en 1979 tras la insistencia de su amigo Jackson Browne, uno de los fundadores de M.U.S.E., la organización anti-nuclear formada por varios músicos.
En medio de las sesiones de grabación del que sería su álbum The River un año después, Springsteen se tomó un respiro para dar sendas actuaciones en el Madison Square Garden de Nueva York los días 21 y 22 de septiembre, acompañado de la E Street Band. Hacía sólo nueve meses que había terminado la gira Darkness on the Edge of Town, probablemente la más celebrada de su carrera, con conciertos apoteósicos de tres horas de duración que marcaron época. Las expectativas eran enormes.
Ambos conciertos fueron filmados por un equipo profesional de cine dotado de 6 cámaras estratégicamente situadas alrededor del escenario, tres de ellas justo delante de la zona central del mismo, donde Bruce entraba en contacto directo con los fans, y dos de ellas en los laterales (cerca de Danny y Roy), además de una cámara en el lado opuesto del pabellón que ofrecía un plano general del escenario y el público del Garden. Es precisamente la situación de esas cámaras la que nos ofrece una visión privilegiada de los conciertos, y nos lo hace vivir como si fuéramos espectadores situados justo en la primera fila, con la oportunidad de ver cada detalle de los movimientos de Bruce y su banda.
El sonido, estupendamente remezclado por Bob Clearmountain de las cintas multi-pistas originales, añade más contundencia al visionado. Tras un recibimiento clamoroso, Bruce arranca con la impetuosa «Prove it All Night» y lo primero que adivinamos es que la voz de esa gira ’78 sigue intacta, con Bruce dejándose la garganta en cada estribillo y sonando con la misma fuerza que en esa gira. El solo final de la primera canción así lo demuestra: incendiario. Max, esa bestia de la batería, aporrea como si no hubiera mañana y Bruce no para no un segundo.
Dos segundos de pausa y el aullido «One, Two…» nos lleva a «Badlands». Son cinco minutos de intensidad creciente, con un énfasis vocal endiablado, Roy marcando con fuerza los clásicos acordes de piano y Max, de nuevo, redoblando con más fuerza que nunca. El apogeo llega con el solo de guitarra y los movimientos alocados a lo Pete Townsend (todo visto desde los poquísimos centímetros que separan la cámara del cuerpo de Bruce), enlazando con esa otra fuerza de la naturaleza que era Clarence Clemons, en un solo de una furia incontenible mientras Bruce salta sobre la tarima. No hay pasado ni diez minutos y el Madison es ya un delirio. Parece increíble que tras una versión como esta le quede ni un ápice de voz.