Foto: Annie Leibovitz
MUERTE Y GLORIA
por Héctor G. Barnés
Las discusiones sobre la autenticidad resultan por lo general bastante baldías y mucho más anacrónicas de lo que nos gustaría pensar. Como explica recientemente Bob Stanley en su entrevista con Kiko Amat, citando el libro Faking It de Hugh Barker y Yuval Taylor, si Robert Johnson registró un puñado de oscurísimos blues a mediados de los años 30, no fue porque hubiese descendido al último círculo del infierno de Dante y hubiese vuelto para contarlo, sino entre otras cosas, porque su productor, Don Law, prefirió obviar la parte más pop, jazz y swing de su repertorio y quedarse únicamente con la leyenda del negro maldito con el objetivo de vendérsela al público blanco. No es que Johnson vendiese su alma al capital. Más bien, entendió que el mundo gira a una velocidad diferente a la que nos gustaría, y si no nos adaptamos, terminaremos perdiendo pie.
En 1982, Springsteen se encontraba en una de las grandes encrucijadas de su vida. The River lo había depositado a las puertas de la fama y el éxito incipiente de estrellas como Michael Jackson sugería que los ochenta podían ser la época de los grandes blockbusters discográficos. En su mano estaba hacer con el rock lo que Jackson había hecho con el soul, pero, ¿estaba preparado (mental, emocionalmente) para amplificar el estallido de Born to Run hasta el infinito? En la vida americana, el éxito lo justifica todo: llegar a la cima te concede la legitimación definitiva. En ese sentido, Born in the USA era el último paso, el final de su carrera. Al otro lado del espejo, Nebraska se erigía la seductora alternativa al megaestrellato. Una vida anónima, convertido en un corredor de fondo, escribiendo y grabando lo que quisiera, tocando en pequeños teatros. Pero Springsteen nunca quiso tener un perfil bajo. Así que decidió dejar de grabar canciones y pasar a hacer historia.
Eso sí, tomó para ello la vía más inteligente: repetir Nebraska, ese disco deprimente y asfixiante, con el sonido panorámico de la E Street Band. Born in the USA es Nebraska y Nebraska es Born in the USA, y no sólo porque «Born in the USA», «Working on the Highway» o «Downbound Train» fuesen grabadas para aquel, al igual que otras canciones como «Atlantic City». Ambos discos describen, en primera persona en Nebraska, y en tercera persona en Born in the USA (o, mejor dicho, en primera persona del plural, ese “nosotros” que se ha convertido en el principal sujeto de la obra de Springsteen) el estado de ese país que se sitúa en los miles de kilómetros que separan Nueva York de Los Ángeles. Se ha utilizado a menudo el apelativo de heartland rock para definir esa declinación tan propia de Springsteen de la experiencia del rock’n’roll: no se trata sólo de una música escapista, bailable o que permite expresar la propia subjetividad de su autor, sino de una experiencia compartida que trasciende la relación entre artista y oyente. Es el sonido del país entero. De ahí que Bobby Jean tenga un nombre tan rústico, que se hable de béisbol, que se aluda al condado de Darlington y de que, finalmente, se vuelva al pueblo para decirle a Kate que es hora de irse. El telón de fondo no es esa Nueva York mítica, ni la oscuridad en las afueras de la ciudad. Son todas las multitudes que contenía Walt Whitman. Una arriesgada empresa que debía responder una pregunta: ¿cómo se hace un super ventas rockero? Springsteen (y Landau) tenían la respuesta. Y quizá Little Steven tuviese algo que objetar en todo ello.
Tiende a olvidarse, pero Born in the USA es un prodigio de marketing. Tan bueno como la fórmula de la Coca-Cola, pero menos dañino que esta. Todas las reservas que Springsteen ha planteado posteriormente a la edición del disco suenan a excusa. ¿Deberían haber figurado «This Hard Land», «Frankie», «Murder Incorporated» o «My Love Will Not Let You Down», canciones probablemente mejores que la mayoría de las editadas? No está tan claro: Born in the USA funciona como una síntesis de The River que, como aquel, utiliza la infalible estructura de pares de canciones para construir su narración: de la desesperación de la América moderna («Born in the USA», «Cover Me») a la frívola diversión con trasfondo un tanto nihilista («Darlington County», «Working on the Highway») y los claroscuros del amor, el deseo y el sexo («Downbound Train», «I’m on Fire»). La cara B arranca con dos himnos de resistencia y amistad, «No Surrender» y «Bobby Jean», seguidos por la traca final: «I’m Goin’ Down», «Glory Days» y «Dancing in the Dark». «My Hometown» es el retorno a casa, y también una despedida. Tengo 35 años, ha nacido mi hijo, quizá sea hora de dejar todo lo que conocí atrás. El sueño del rock and roll se había cumplido para Springsteen, ahora tenía otro reto más importante por delante: el de la madurez. «Life and How to Live It», como cantaban REM.
La serie de álbumes comprendidos entre The Wild, the Innocent & the E Street Shuffle y Nebraska no tiene parangón en la historia del rock, ni siquiera con Dylan o los Beatles. El destino llamó a la puerta del camerino de Springsteen quizá en esa noche de agosto de 1981 cuando tocó delante de los veteranos de Vietnam y miró a los ojos de su público. Puede ser que fuese en ese momento cuando se dio cuenta de que tenía a su país en el bolsillo, que ya no tenía que ganar seguidores uno a uno. Podía dar jaque mate al espíritu de América si movía la pieza adecuada. Así lo hizo, claro está, y la odisea que siguió a aquel éxito es la propia del guerrero que vuelve de un lugar maravilloso en el que sólo se puede vivir poco tiempo. Como todo hombre llamado por el destino, Springsteen se dejó llevar por él en volandas, rechazando sus propios deseos (y principios). Quizá en algunos momentos, como en el primer concierto en estadio en Slane Castle, sintiese algo parecido a lo que le pasaría por la cabeza a Napoleón en Waterloo: el destino se ha cumplido pero quizá no como lo imaginaba. Hacía ya unos cuantos meses que había tomado la decisión de su vida. Entre la muerte y la gloria, entre ser olvidado y recordado, Springsteen eligió ambas cosas. Siempre lo quiso todo, y lo quiso ya.