por Jesús Jerónimo
Un hombre cualquiera de mediana edad conduce su coche y mientras una antigua canción suena, nos detalla las razones por las que le gusta Bruce Springsteen. Tras una serie de anécdotas mas o menos irrelevantes, el hombre duda, musita algo sobre entrever la vida de otros en las canciones del americano, nos dice que de un puñado de letras le surge un sentimiento de empatía con las victorias y derrotas de gente a la que no conoce… y se pone a llorar entrecortado.
Tal es el efecto que Bruce Springsteen provoca en montones de personas alrededor del mundo. Debe ser dificil ser uno mismo cuando hay cientos de miles de anónimos admiradores que te han transformado en la personificación de sus sueños. Springsteen & I es un documental creado a partir de clips filmados por cientos de fans donde se intenta mas descubrir qué significa una imagen elaborada en tu propia cabeza que constatar una realidad tangible.
Buscar a ese Bruce Springsteen ideado, soñado, quizá hasta inventado, no es tarea fácil. Cada uno de nosotros, a través de interminables noches escuchando discos, rememorando directos, caminando encogidos a casa con los auriculares a punto de estallar, nos hemos creado a nuestro propio Bruce. Y los diferentes personajes que aparecen en la película, reales como nosotros mismos lo somos, también han creado su propia imagen del de New Jersey, muchas veces a su propia semejanza. Resulta curioso encontrar como muchos de los que hablan anhelan en Bruce la solución a sus propias carencias.
Por su propia naturaleza, Springsteen & I no es un documental perfecto. Sobran esas madres arrobadas que presumen con orgullo de haber iniciado a sus retoños en la iglesia Springsteeniana. Y normalmente, cuando se desliza hacia el drama resulta un poco cargante. Las partes mas flojas e impostadas suelen venir de historias dramáticas: el chico abandonado por su novia y que solicita abrazos paternales del músico a través de carteles, el hombre ya mencionado mas arriba que llora en su coche. Resultan poco creibles por artificiales.
El resto es puro disfrute, comedia, alegria y diversión. La entrañable narración que Nick (from Philadelphia!!) hace de su subida al sacrosanto templo de la E Street Band disfrazado de Elvis para interpretar «All Shook Up», la diversión de una pareja que nunca han visto a Bruce en directo pero que viven su amor a través de sus canciones, el humor inglés de un no fan harto de acompañar a su novia a cientos de viajes siempre interrumpidos por «a bloody concert» y muchas mas historias que no son la de Springsteen, si no la de una devota audiencia que le tiene por poco menos que un santo y que habla de él con la naturalidad con que lo harían si fuera alguien de la familia. Bruce por aquí, Bruce por allá… y siempre esa sensación de que esa lejana estrella fulgurante, que a sus 63 años sigue al pie del cañón, aun fuera uno de los nuestros.
Me pregunto que sentirá el propio Bruce, viendo desfilar una tras otra a tantas personas contando sus propias historias de derrotas, redenciones, traiciones y alegría a través de sus canciones. Me resulta imposible entender cómo debe sentirse uno atravesando de esta manera los corazones de medio mundo. Debe sentar bien.
Lo reconozco: salí del cine emocionado. No directamente por las historias que había escuchado, si no por esa innata capacidad del ser humano de soñar que las cosas son mucho mejores de lo que realmente son. Por una cierta ternura que todos los que disfrutamos muchísimo de algo transmitimos con nuestro entusiasmo. Por ese algo que permite que haciendo lo que a priori parecería ridiculo, acabemos transmitiendo algo importante a los demás. Por ese sentimiento tan diferente y tan compartido de formar parte de algo mucho más grande que tú mismo.
En fin, que Springsteen & I despertó algo en mí que se va durmiendo a medida que te haces mayor: la ilusión. Y creo que no puedo hacer mayor piropo que ese a una película de aspiraciones bastante modestas. Tengo ilusión por muchas cosas y ningún miedo a sentirme ridiculo por tenerlas.
A veces, hasta la mas cínica de las personas acaba por creerse que todo se arregla bebiendo cerveza bajo la lluvia en una cálida noche de verano.
Y quizá sea así.