Un festival no suele ser el sitio más adecuado para ver una actuación de Bruce Springsteen: masificación, recinto poco adecuado, público variopinto que va a ver a otros artistas, tiempo limitado de actuación… Ayer Bruce rompió la norma en Nijmegen. No sólo dio uno de los conciertos más largos de la gira, con 3 horas y 20 minutos de duración y 34 canciones, sino que hizo exhibición de fuerza y ofreció un concierto intenso, con multitud de canciones históricas poco frecuentes y lo menos esperado: interpretó el álbum Darkness on the Edge of Town al completo, cuando seguramente la mayoría esperaba un concierto previsible repleto de grandes éxitos.
La estructura del concierto este año tiene ya dos partes claramente diferenciadas.Una primera mitad en la cual Springsteen arranca de forma explosiva con grandes dosis de rock, mezcladas con peticiones de los fans que satisface con gusto, y que dan pie a escuchar canciones olvidadas durante años o que raramente aparecen en el guión previsto. Los fans más fieles y veteranos tienen su momento, y Bruce enlaza canción tras canción dejando boquiabiertos a muchos. Esa media hora inicial viene seguida de las necesarias canciones de su último disco, Wrecking Ball, y una primera toma de contacto con las primeras filas (en «Hungry Heart» o «Spirit in the Night»).
Luego tiene dos opciones: seguir tocando temas a petición del público o fruto de su propia improvisación, o tocar un álbum entero, como ha ido haciendo en muchas ciudades europeas (se han ido alternando, casi en orden, los discos Born to Run, Darkness on The Edge of Town y Born in the U.S.A.). Cerrado el cajón de sastre (y seguramente la parte más emocionante para muchos fans, pero no para las masas que llenan los estadios), llega la segunda parte, claramente distinta de la primera.
En esa segunda mitad es cuando aparece el Springsteen más populista y comunicativo, donde el contacto con el público es casi permanente y aparece la vertiente más festiva e intrascendente del artista. Llegan los grandes éxitos, los estribillos memorizados y los grandes clásicos como «Born to Run», «Dancing in the Dark» o «Badlands». El equilibrio entre ambas partes consigue el objetivo: mostrar todas las facetas de su carrera y satisfacer a todos. Una tarea nada fácil.
En el festival de Nijmegen aparecieron en esa primera parte joyas y rarezas como «Sherry Darling», «Growin’ Up» y «So Young and In Love» junto a la clásica «The River» y una soberbia interpretación del Darkness, con la siempre sobresaliente «Racing in the Street» como momento estelar. El empuje que llevaba el concierto se amplificó hacia la multitud con «Pay Me My Money Down», «Shackled and Drawn», «Waitin’ On A Sunny Day» y «Raise Your Hand», disparos infalibles para calentar el ambiente y finalizar el guión previsto con una memorable «Thunder Road». Y de ahí a la recta final, éxito tras éxito, que se alargó hasta las 34 canciones con los bises extras «Twist and Shout» y «Shout», con Bruce al 100% hasta quedar exhausto.
La próxima parada será el esperadísimo concierto en Gijón, donde todo puede suceder. La respuesta no la tendremos hasta esa noche. Ayer, tras el concierto, un agotado Springsteen tomó un jet privado directamente hasta Donostia, donde llegó a altas horas de la madrugada, y donde descansará hasta su llegada a Gijón la tarde del miércoles.