por Salva Trepat / Point Blank
Después del gran concierto celebrado en Madrid quedaba esperar qué sucedería cuando Springsteen subiera de nuevo a un escenario. Afortunadamente, el larguísimo concierto de Madrid (récord ya en su carrera, confirmado en su página web oficial) no hizo mella en la capacidad de resistencia del artista, y salió tan fresco como siempre, dispuesto a ofrecer lo mejor de sí mismo y a convencer. Y así lo hizo durante 3 horas.
Montpellier prometía. Cita constante para fans españoles (desde aquel lejano 1985, cuando la gira evitó España, y de nuevo en 1997 con un espléndido concierto acústico en el pequeño teatro de la Ópera), se hacía imposible evitar el viaje, a sólo 3 horas de Barcelona y en un pequeño pabellón para 14.000 personas estrenado unas semanas antes. Un recinto nuevo (y con olor a nuevo), impecable, cómodo, con parking libre a pocos metros y diminuto una vez dentro. Concierto íntimo, de proximidad, con la grada prácticamente pegada al lateral del escenario, un pit de dimensiones reducidas y con mucho espacio vacío, con la recuperación del miniescenario en la segunda barrera, y un escenario más pequeño y adaptado a las medidas del pabellón.
La sensación previa era similar a la vivida en la gira del 81: tamaños reducidos, emociones ampliadas. El primer impacto llega con «We Take Care of Our Own», ganando en la distancia corta, con sonido impecable, potente, alto, nítido, permitiendo apreciar cada instrumento con claridad. En el inicio Bruce presenta unas cuantas canciones de Wrecking Ball, con «Badlands» entre medio y Jack Clemons dando su primer solo de saxo triunfal. Se les ve enchufados, a pesar de que los franceses son más frios y reacios a la histeria colectiva y se van animando poco a poco. Con «Death to my Hometown» y «My City of Ruins» empiezan a calentarse tras un «Bonsoir Montpellier, comment allez-vous?» en un esforzado francés por parte de Bruce.
«Spirit in the Night» es la primera canción que pone en pie al pabellón y levanta el ánimo del público. Suena vital, fresca, vigorosa. Bruce recorre el escenario de punta a punta, salta, se lanza a la primera fila a cantar con el público y tensa el ambiente. Unos acordes familiares dan paso a la primera sorpresa de la noche: «Growin’ Up», por primera vez en la gira. Bruce habla de nuevo en francés, luego en inglés, y adereza la canción siguiendo la tradición de contar una de sus clásicas historias, en esta ocasión con guiño local incluido: «Y ahí estaba… intentando con ganas hablar francés… me dormí y tuve un sueño… una pelota corría desde aquí hacia allí… y le llamaron fútbol… y el Montpellier era el campeón de Francia!» (en referencia a la liga conseguida recientemente por el Montpellier). A la merecida ovación tras una versión impecable de una de sus canciones más antiguas, el silencio se apodera del recinto para «Jack of All Trades». Nadie se va al bar, nadie habla. Gran momento con una de las mejores canciones del nuevo disco.
Lo siguiente es un cuarteto de canciones incendiarias. La adrelanina sube con «Candy’s Room» (¡qué hiriente solo de guitarra!), y sin pausa enlaza con «Prove it All Night», a ritmo huracanado y con un espectacular solo final a cargo de Springsteen, recordando de nuevo el delirio eléctrico de las versiones de 1978-1981. Son momentos de tensión y emoción, y eso se transmite tanto al público como a la banda. Por primera vez vemos a Jake atacar el solo de «Prove it» como un torbellino, recordando los mejores momentos de su tío.
Sin tiempo a reponer fuerzas llega «She’s the One», y el concierto de dispara. Jake, de nuevo, borda el solo en el apogeo de la canción. Desde ahí no hay vuelta atrás, cada canción es una nueva dosis de energía que recibimos con placer. El duo entre Cindy y Bruce en «Shackled and Drawn» se ha convertido ya en uno de los momentos álgidos del show. La ampliadísima E Street Band se muestra impecable, sin fisuras, como un reloj. Bruce salta a la platea, recorre el pasillo lateral y se planta en el miniescenario situado en la segunda valla, en el centro de la pista. Allí canta el final del «Apollo Medley», se deja tocar y enciende al personal.
Una breve pausa da paso a «Point Blank», solicitada por varios carteles durante todo el concierto, y nos quedamos helados. Van Zandt puntea con clase y el latido del bajo de Garry Tallent marca el ritmo de la canción, mientras Roy maravilla con sus notas al piano. Es uno de esos momentos que quedan grabados en la memoria. El eco del recinto ayuda a amplificar el efecto y la voz de Bruce suena inmensa, profunda, sentida. El tono serio y austero del concierto continúa con «The River», de nuevo impecable y cantada con sentimiento. Versión mayúscula. Por momentos la sensación es la misma que en esos lejanos conciertos europeos de 1981: por el ambiente, la intimidad, las sensaciones, por esa combinación de rock desbocado alternado con sus baladas más sentidas, y el ocasional -pero medido- aderezo festivo para alegrar la noche («Waitin’ on a Sunny Day», «Shackled and Drawn», «Dancing in the Dark»…).
«The Rising» y «Out in the Street» (momento que una fan atrevida aprovecha para agarrar a Bruce y besarle en la boca durante unos cuantos segundos) levantan el ánimo antes de finalizar la parte principal con la mejor versión que hemos oido de «Land of Hope and Dreams», en su nueva versión, con unos vientos desbordantes en cada intervención. Sencillamente magistral.
Tras la despedida y vuelta al escenario, Bruce coge un cartel y lo muestra al público. Lleva escrito «Thunder Road» en un lado y «Fire» por el otro. Se decanta por esta última (estreno en la gira) y borda la versión. Bruce muestra su lado sexy, divertido y provocativo y el público responde con gritos y ovación final. La tanda de bises sigue sin sorpresas, pero la E Street Band va lanzada y el pabellón explota con «Born to Run», «Born in the U.S.A.» (será por el tamaño del pabellón, pero sonó más potente y atronadora que nunca, el bombo de Max nos hacía temblar), «Seven Nights to Rock», «Bobby Jean», «Dancing in the Dark» y «Tenth Avenue Freeze-Out». Springsteen se muestra pletórico, saltando constantemente a las primeras filas, usando un casco de obrero mientras se acerca a Roy y se pone a tocar el piano con la oreja izquierda, dejándose regar con profusión por Stevie y su esponja (también atabiado con un casco amarillo), en un final delirante.
Es la fuerza del mejor Springsteen, capaz de hacer enloquecer a 14.000 franceses (apáticos inicialmente) con un concierto estelar, majestuoso, emocionante y trepidante a la par, de los que no se olvidan. Es la tónica de una gira sorprendente y mágica. Y le queda cuerda para rato.