Noticias e información en castellano sobre Bruce Springsteen

New York #1

«¡Habéis estado increíbles!». Así se despidió Springsteen ayer del público neoyorquino. Gente entusiasta, veteranos de mil batallas, volcados en el concierto, saboreando cada minuto y respondiendo con estruendo a cada unos de los momentos álgidos del show. Y fueron muchos.

Sorpresa de entrada: mientras suena la maravillosa «New York, New York» Springsteen y los suyos suben al escenario, el griterío es enorme, las luces permanecen encendidas y de repente el clásico aullido «One, two!» da paso a «Badlands», tocada a ritmo endiablado, cercana a la original, con ímpetu y fuerza. Bruce y los suyos han salido enchufados, enchufadísimos, y no habrá tregua durante toda la noche.

Si nos fijamos sólo en el setlist puede parecer un concierto «normal», pero las apariencias engañan. Quizá la noche anterior en New Jersey se sacó del sombrero canciones más apetitosas («Jackson Cage», «The Ties That Bind», «Racing in the Street», «Candy’s Room»…), pero hoy el tema es la energía y la pasión que derrocha en cada canción. Se trata de la interpretación, no de la selección. Y cada canción, hasta las más rutinarias, va un paso más allá.

Tras la siempre emotiva «My City of Ruins» (durante el rap introductorio bromeó con la rivalidad New Jersey/New York) llegan 10 minutos de tensión roquera con «Murder Incorporated» y sus duelos de guitarras encendidas entre Steve y Bruce, seguida de «Johnny 99», culminada con una orgía de solos de vientos (con todos los músicos en el frontal del escenario y el público volcado). Más adelante recupera, por fin, «Shackled and Drawn», regreso acertado, gran versión. Springsteen se vuelve, da instrucciones a los músicos y estrena «Lion’s Den», impecable, potente, sorprendente. No será su mejor canción, pero ayer sonó en el momento adecuado, fresca e irresistible.

Dos cosas quedan claras en esta gira: se defiende el disco con vigor y convencimiento y los vientos toman preferencia. Son omnipresentes, siempre en segundo plano y solo destacando en las ocasiones necesarias. Solos espectaculares en el momento adecuado, para lucimiento de los músicos (todos tienen su momento), y suave y delicado colchón de fondo en la mayoría de ocasiones. Y un nombre propio: Jake Clemons. Creciendo día a día, convenciendo y recibiendo ovaciones a cada solo. El reto no es fácil: Bruce sigue estrenando más y más canciones, muchas con solos de saxo, y Jake nunca falla.

La E Street Band y sus 17 miembros actuales suenan como si llevarán toda la vida tocando estos temas, sin fisuras, con empaque. Posiblemente el mejor arranque de gira en muchos años (en cuanto a interpretación y compenetración entre ellos). Y Bruce sale al escenario con una misión personal: aquí estoy, con 62 años, superándome, por si alguien no se había enterado. Somos menos pero estamos vivos.

A medio concierto llega el pequeño bajón habitual, llega el ritual festivo-infantil y la repetición de trucos fáciles. Resultón, pero intrascendente. Aquí hubo decepciones entre el personal: es el momento de los rescates imposibles, pero ayer Bruce dedico ese espacio a la ciudad: Nueva York. Volvió «Lonesome Day», seguida de «The Rising», en la ciudad del 11/S. El recuerdo sigue ahí, la herida también, y los neoyorquinos lo aprecian. Cansinas para muchos, pero no para ellos. Lógico. También tocó «American Skin», recordado al chico de Florida, y a Amadou Diallo y los 41 disparos que recibió en esta ciudad. «We are alive» a continuación, y «Thunder Road» cerrando el set, cada día un poco más acelerado, y con un glorioso final: solo de saxo de Jake, al que casi inmediatamente se unen todos los metales. Corto pero contundente. Final con éxtasis.

Breve pausa, ovaciones sin fin, y vuelta al escenario. Bruce dedica la siguiente canción a su madre, su hermana y toda su familia, sentados en el lateral derecho del escenario. Recuerda los buenos consejos de su madre, su verdadero faro, y maravilla con una impecable «Rocky Ground». Minutos después llega «Kitty’s Back». Siempre buena, siempre eficiente y trepidante, pero ayer saltó la banca, y cualquier superlativo se queda corto. Simplemente, la mejor versión que jamás hemos visto. Larga, intensa, desbocada, suave, salvaje, rabiosa, repleta de solos de todos y cada uno de los músicos. Bruce les dejó hacer y se deleitó viéndolos tocar. Curt, Clark, Jake, Eddie, Max, Roy, Charlie… demostrando su valía ante un respetable que casi levitaba. Y llegó el solo de Bruce. Lo bordó, y la canción creció y creció a niveles apoteósicos con veinte mil voces coreando y jaleando el regreso de Kitty. Sin pausa enlazó con «Born to Run»: luces encendidas del magnífico Madison Square Garden, ya sin freno ante la energía acumulada que explota por los cuatro costados. Y luego «Dancing in the Dark», bailando con su madre y con las gradas literalmente temblando de tanta gente que saltaba, y «Tenth Avenue Freeze-Out» y el homenaje a Clarence, ya en pleno delirio del personal, para acabar de gastar las últimas reservas de energía (del infatigable Springsteen, porque a nosotros hacía rato que no nos quedaban fuerzas!). ¿Cual es el límite para este hombre? En noches como estas no lo hay. «Sois increíbles», dijo Bruce, y volvió a salir al escenario, a echar un último vistazo al público, saludar a unos cuantos y desaparecer de nuevo. Hasta el lunes.

Crónica de Salvador Trepat.

Ver set list completo.

Fotos: Joan y Gerard Guillamet (New Jersey 4.4.2012)