Springsteen, siempre Bruce y la E Street Band. Concierto en Madrid
fotos de René Van Diemen
Si el magnífico rock de Bruce Springsteen y la E Street Band es capaz de hacer olvidar una de las mayores aberraciones que se dan en el mundo de la música, como es la de celebrar conciertos en un estadio, entonces se constata que lo que ofrece esta pandilla de músicos que rondan los 60 años tiene tintes de un poder sobrenatural.
Ciertamente, los tiene, o al menos, para los menos creyentes, se le acerca mucho, pero conviene siempre recordar una realidad incontestable, so pena de promotores, diseñadores de campañas de publicidad e incluso protagonistas musicales del asunto: los estadios de fútbol no son ni serán nunca escenarios para conciertos. Hay que decirlo si se aprecia el arte de la música en vivo en todas sus variantes y, en este caso, el impresionante cancionero de un músico como Springsteen.
Los tópicos de futbolistas, galácticos y demás sandeces que se los dejen para los partidos de fútbol y su parafernalia, pero que no confundan una cosa con la otra. Pongan más noches en pabellones, al estilo del Madison Square Garden en Nueva York, o mejoren las prestaciones, búsquense la vida, en definitiva, para ofrecer el producto en perfectas condiciones, que para eso lo cobran al precio que lo cobran, pero no nos engañen. Este periodista lo vivió en el Estadio Santiago Bernabéu, pero pasó también en San Sebastián y Barcelona. Sonido lamentable en muchos momentos, músicos que parecían a lo lejos figuritas de futbolín, accesos penosos y la esencia musical por los suelos.
Bien es cierto que una actuación de Springteen pasó a ser hace mucho tiempo más un acontecimiento social que un concierto, y eso lleva a la catársis colectiva antes que al raciocinio individual. Pero más cierto es que Springsteen y su banda se empeñan noche tras noche en dejar este asunto en segundo plano de la única manera que saben hacerlo: ofreciendo rock del mejor a raudales. Y al final, pese a todo, es lo que queda.
Sucede que Bruce Springsteen y la E Street Band, como las mejores películas, libros o experiencias que se cruzan por el camino, forman parte de la vida de muchas personas. Sucede que su música transforma el ánimo con la misma intensidad que un beso, una lágrima o un arrebato. Y sucede que más de tres décadas después de haberse conocido conservan el espíritu intacto y eso marca a la mayoría de oyentes que se reconocen en esa vitalidad. Pueden gustar más o menos, pueden sufrir odiosas comparaciones con su glorioso pasado, pueden estar sobredimensionados por la locura fan y mediática que les rodea, y pueden ser diana perfecta de descalificativos para puristas o posmodernos, pero hay un compromiso real en su música, todavía relevante en el panorama actual.
Empezó el concierto en Madrid treinta minutos más tarde de la hora prevista y con el oscarizado Javier Bardem presentándolo ante más de 50.000 personas. Y lo hizo con un sonido pésimo, lejano y enlatado, que desfiguró esa gran canción que es “Night”. No es tan buena “Radio Nowhere”, que fue la siguiente del set list, y tampoco sonó mejor. Sin respiro, empalmando los temas como una banda de garage, llegó “Lonesome Day”, un tema que en su escucha ofrece siempre buenos presagios, pero que careció de intensidad suficiente.
Sin embargo, todo cambió con “The Promised Land”. El sonido se transformó y la armónica ponía el cuerpo patas arriba. Base de órgano, guitarras haciendo horizonte y saxo acompañando el viaje con un Bruce entregado al público. Es difícil no tomarse esta canción como la primera vez. Hay promesas que no desaparecen, aún pasen los años por ellas. También hay composiciones que guardan el ingenio como en una cajita de joyas, esto es, “Spirit in the Night”, el gran regalo del concierto. Springsteen con voz aguda y tonteando con el soul mientras escenifica, hasta resbalarse en el escenario, una letra que canta a la amistad y al desmadre juvenil. Eran tiempos de rock’n’roll y ahora se defienden con orgullo. No es casualidad que se enlace con “Summertime Blues”, himno que inspiró a aquellos días y firmado por el imprescindible Eddie Cochran.
Tras el ímpetu festivo, llega la parte emotiva. Una buenísima “Brillant Disguise”, pasto de radiofórmulas que en el fondo es una composición que palpita sentimiento. Más aún lo hace “The River”, interpretada al estilo clásico que gana enteros con respecto a otras giras. De nuevo, la armónica es la protagonista. El músico de Nueva Jersey siempre ha formado parte de esa tirada de músicos norteamericanos que dignifican este instrumento, que ayuda a fabular historias repletas de personajes de carne y hueso. En la misma línea de corte clásico, como fueron concebidas las canciones, se toca “Cover me”, composición que sólo parece pensada para sacar guitarras imponentes. Al contrario sucede con “Trapped”, recuperado tras un tiempo, pieza más tranquila y que muestra una enorme capacidad envolvente.
Regresa un sentimiento desmesurado de liberación con la tanda formada por “No Surrender”, “Out The Street”, “Because The Night” y “Cadillac Ranch”. Ahí está el músico y su banda en estado puro. En ese conjunto está una muy buena representación del poder de Springsteen. Fe en uno mismo y en los demás, el sueño vital de las calles, la magia de la noche y la inocencia en clave cadillac. Todo tejido con pasión desenfrenada, adornos de rock’n’roll verdadero y bordado con entrega. Pasajes que cuentan con un Charles Giordano haciendo las veces del desaparecido fantasma Danny Fedirici en “Out The Street”, con Nils Lofgren dando vueltas en sus zarpazos eléctricos en “Because The Night” o con Steve Van Zandt rasgando vestiduras, a su manera, con su toque irrepetible a la guitarra, en “Cadillac Ranch”. Dos buenos homenajes para dos grandes guitarristas.
Se acaba la mejor parte del concierto, que cae bastante en picado con lo siguiente. Lo que puede entenderse como una segunda fase de la actuación, con el cancionero más reciente, queda en paños menores con respecto a lo anterior escuchado. Si las grandes composiciones de Springsteen son tocadas como en los mejores tiempos, poco puede hacer lo demás, por bueno que sea. Una pena escuchar un “Livin’ In The Future” tan flojo, aún con el mensaje: “En Estados Unidos hemos tenido recortes de derechos civiles, tenemos que luchar”. “Mary’s Place” se hace pesada y soporífera. “Tunnel Of Love”
y “The Rising” pasan bastante desapercibidas. En cambio, “Long Walk Home” y “Last To Die” sugieren el estupendo disco que es Magic.
Después de la aún motivadora “Badlands”, llega la mejor canción de la noche, “Jungleland”. Interpretación sublime. Se puede adjetivar tanto esta composición cuando encima está tocada de manera maravillosa que es preferible no desgastar nada. Simplemente, “Jungleland”, tal y como sonó en Madrid, es la puerta de entrada al gran teatro del rock, donde el escenario es la vida urbana y los personajes se visten de héroes cuando son nada más que mortales sin sitio adonde ir. El piano de Roy Bittan sube el telón y el saxo de Clarence Clemons añade la cálida iluminación.
Todo cambia de nuevo con otra dosis de vitaminas: “Seven Nights Rock”, “Born To Run”, “Bobby Jean” y “Dancing In The Dark”. Aún más que otras veces, se ve a un Springsteen insaciable a sus 59 años. Los que le vean por primera vez pensarán que este hombre se chuta, los que ya le conocen podrán pensarlo, sin hacerles falta, pero al menos no les sorprenderá. Si sorprende escuchar el tema folk tradicional de “American Land”, único con las letras de fondo sobre la pantalla, tan bien ejecutado en su estilo por la E Street Band. El cierre, el imperecedero “Twist And Shout”, convierte eso que se llama estadio de fútbol en una pista de baile en la madrugada madrileña.
Bruce y los chicos de la Calle E vuelven a hacerlo. Entre ceja y ceja lo tienen metido: somos la E Street Band y lo hacemos porque queremos, porque nos gusta, porque nos encanta, grita Bruce en mitad de ese derroche. Mientras tanto, puedes desear que la próxima vez el recinto sea otro, pero sobre todo deseas por encima de todas las cosas que la noche no se acabe. A fin de cuentas, el deseo es no renunciar a esa parte de ti mismo que este tipo llamado Bruce y su E Street Band, siempre ellos, mejor saben sacar. Es la parte musical, la que suena en lo más profundo de cada uno.