Little Steven & The Disciples of Soul. Sala Razzmatazz, Barcelona, 7 diciembre 2017.
Texto: Mariano de la Torre
Fotos: Rubén García Carballo
Nunca es tarde si la dicha es buena. O eso dice el refrán. A pesar de lo manido de la expresión, es una de esas piezas de la sabiduría popular que no parece pasar de moda. Y que se puede aplicar, sin duda, al protagonista de estas líneas: Steven Van Zandt.
Después de un lapso de dieciocho años en los que, entre muchas otras cosas y como el mismo interesado reconocía durante su concierto en Barcelona, había estado “jugando a gangsters”, en referencia a su larga estancia como personaje en la multipremiada serie The Sopranos, y más tarde, en su propia criatura, Lilyhammer. Van Zandt, envuelto en su alter ego más auténtico -al menos para el que escribe estas líneas- se presentaba en Barcelona por segunda vez en un año para defender el relanzamiento de su carrera en solitario.
La vida está llena de casualidades y la propuesta insistente de un amigo llevó a Steven a atreverse a dar un concierto en Londres a finales de 2016 después de décadas de no ser un artista que se moviera por los escenarios del directo. Y no es que sea un terreno en el que se sienta ajeno en modo alguno, después de girar habitualmente y de forma intensiva y extensiva con Springsteen por medio mundo. Pero asumir el papel protagonista, el del centro de los focos, es algo que parece que siempre le ha dado un poco de pereza. Aunque eso empezó a cambiar, seguramente cuando se dio cuenta de que podía asumir el control y el protagonismo de una serie de televisión y salir airoso.
De aquel espontáneo concierto de Londres surgieron nuevos bríos y a la postre un álbum majestuoso en el que Van Zandt recuperaba y, en algunos casos, reinventaba algunas de sus composiciones más celebradas pero que habían sido grabadas por otros artistas. Desde el inevitable Southside Johnny al legendario Gary U.S. Bonds, de las Cocktail Slippers a Jimmy Barnes, todo ello aderezado con certeras versiones de clásicos como Etta James o James Brown, para perfilar un recorrido espectacular por la historia de la música popular occidental de los últimos setenta años. Doce temas de peso y poderío, con la rúbrica intachable del Asbury Park sound, esa mezcla de Rhythm & Blues y guitarras de rock que Steven se encargó de fabricar a mediados de los setenta, desde New Jersey y para el mundo.
Soulfire, el album, lejos de ser el canto del cisne de Little Steven, un artista irrepetible e inclasificable, se convirtió en un punto de partida de varias mini giras que le han llevado por su país y por media Europa, en las que defiende el material con la maestría y convencimiento del que lleva en sus piernas tantos kilómetros en el escenario como horas metido en un estudio produciendo discos con una calidad enorme.
Y en esto que, el 7 de diciembre, se plantó de nuevo en Barcelona con su banda, los virtuosos Disciples of Soul. Y dejó constancia de por qué Soulfire no es un punto final sino uno de partida para un músico que tiene aún mucho que decir, aunque haya dejado la militancia política de lado.
Un poco pasadas las nueve de la noche daba comienzo un “tour de force” espectacular que no habría de dejar a nadie indiferente. El homenaje a Tom Petty, que se ha quedado como “opener”, Even The Losers, sonó a gloria bendita, con una banda bien engrasada y en la que la sección de viento empezaba a marcar territorio de lo que habría de venir. Soulfire sonó perfecta después de la rápida introducción. Zafarrancho de combate, apasionada. Steve se mueve por el escenario con ganas, gesticula y canta con el alma. Berrea un último “soulfire” larguísimo, demostrando que tiene la voz en forma. Está muy enchufado.
Coming Back entró rápida y majestuosa, sentando las bases de todo el resto del concierto y dejando a las claras de qué va esto: “he vuelto a por lo que es mío y no voy a dejar que nadie me pare”, reza la letra, más que apropiada para la ocasión. Steven ha comentado más de una vez que, a pesar de sus bandazos estilísticos en cada uno de sus discos en solitario, siempre ha considerado este estilo musical, esta mezcla de Sam & Dave con guitarras rock, su principal seña de identidad y planea seguir con él en futuros nuevos trabajos. Sus seguidores acérrimos no podríamos estar más contentos al respecto.
El primer speech de la noche nos dejó ironía fina sobre por qué ahora ya no se mete en política y sobre su filosofía al respecto: “ahora preferimos daros un descanso de la política durante dos horas”. “ Vamos a llevaros a un lugar del que con suerte volveréis con más energía de la que teníais”, para acabar prometiendo un paseo por la historia del Rock antes de arrancar con una locura de versión de Blues Is My Business, de Etta James. Solos del indispensable Marc Ribler, mano derecha de Steven y director de la banda en el escenario, de Lowell “Banana” Levinger al piano, de Clark Gayton al trombón, del propio Steven y de Stan Harrison al saxo en los nueve minutos mas tórridos a este lado de New Jersey.
Difícil subir el listón después de algo así, pero para tal menester llega ese clásico nunca suficientemente loado que es Love On The Wrong Side of Town, sonando majestuosa y perfecta, con la belleza del día que fue escrita y la fuerza del siglo veintiuno. La banda es una máquina de precisión y caes en la cuenta por primera vez de la sección rítmica que funciona como un reloj. Rich Mercurio a la batería, perfecto en su papel sobrio pero espectacular cuando se le necesita. Y Jack Daley, bajista virtuoso cuyo sonido y filigranas se pudieron seguir perfectamente casi toda la noche merced a un gran sonido general.
Until the Good Is Gone cedió un poco el ritmo en aras de la nostalgia. Steven recuerda cómo surgió el tema y cómo homenajea aquellos lejanos días en los que no tenían nada que perder y eran libres para perseguir el sueño de vivir de la música. Siempre emocionante. Y a continuación, sorprendente, Angel Eyes, la joya romántica del primer álbum, Men Without Women. Jack Daley al bajo vuelve a brillar con luz propia y Ribler y Van Zandt se enzarzan en dos tremendos solos conjuntos, especialmente brillante e intenso el que cierra la canción.
Llega la pausa momentánea con el homenaje a la Motown y todos sus grandes artistas, con mención especial a The Temptations. Steven explica que escribió el siguiente tema, Some Things Just Don’t Change, como si fuera para ellos, pero que no tuvo valor de hacérselo llegar y al final acabó en un disco de Southside Johnny. Alabó la figura de David Ruffin, el lider de la época más famosa del célebre grupo de soul y lo feliz que fue de poder conocerle durante las sesiones de Sun City, el álbum anti-apartheid que Van Zandt creó junto a un impresionante elenco de artistas en 1985.
Saint Valentine’s Day, el tema grabado originalmente por The Cocktail Slippers y Standing In the Line of Fire, por Gary U.S. Bonds, se enlazaron a continuación para dar paso a la dosis más rockera de la noche con I Saw The Light, siempre efectiva y Salvation, la necesaria visita al indispensable testamento rockero de finales del siglo pasado, Born Again Savage.
Especialmente emotivo fue el speech sobre los orígenes del rock. Con una taza en la mano y toda la pausa se dedicó a glosar esos orígenes de cantantes callejeros que mezclaban géneros como el rhythm & blues o el gospel y como de ese embrión de grupos de armonías vocales surgió toda una industria musical que tomó el mundo y las radios por asalto. Reconoció la figura de Alan Freed, el primer disc-jockey que se atrevió a promocionar música negra en emisoras para blancos, en una época en la que la segregación racial era incuestionada y cómo ese pionero murió en la miseria a pesar de haber sido el responsable de uno de los mayores avances sociales y artísticos de su época. El bellísimo tema doo-wop, The City Weeps Tonight, homenajea toda esa época de los lejanos años cincuenta y resulta impresionante ver a Steven, bien entrado en sus sesenta años, hacer alarde de voz y de saber cantar en un tema tan sentido y complicado. Uno de los momentos mágicos de la noche sin duda.
El salto generacional nos lleva después a los años setenta y a James Brown para escuchar la intensa y “Shaftiana”, Down & Out in New York City. Más de diez minutos de virtuosismo y ambiente cien por cien blaxplotation. Stan Harrison borda sus líneas de flauta tan características del tema. Uno a uno todos los componentes de la maravillosa sección de viento de los Disciples of Soul se turnan en el centro del escenario para hacer fantásticos solos en un auténtico viaje en el tiempo. Una brutalidad.
Los siguientes en lucirse fueron los teclistas. El siempre alabado por Steven, Lowell “Banana” Levinger, mandolina en mano y el recién llegado Andy Burton al acordeón, ejercen de escuderos de Steven en Princess of Little Italy, antes de enlazar sin pausa los tres temas reggae de su repertorio: Solidarity, Leonard Peltier y, sobretodo, otra de las imprescindibles, I Am A Patriot.
Groovin is Easy, de Electric Flag nos encamina hacia el incendiario final del set con la rockera Ride The Night Away, grabada originalmente por Jimmy Barnes y más tarde elevada a los altares en el superlativo álbum de Southside Johnny, Better Days. Es el tema que cierra Soulfire y parece por un momento que también lo haría con el concierto, pero apenas sin pausa arranca la que no puede faltar nunca en un show de Steven, lo más parecido que tiene a un hit, al menos en varios países europeos: Bitter Fruit. Por mucho que el Asbury Park Sound sea su seña de identidad y su aportación principal a la música occidental contemporánea, un espectáculo sin su tema más famoso sería un puñetero sacrilegio. Elegante y arreglado con la sección de viento, el tema suena a gloria, dinámico y fresco como siempre. El jovencísimo Anthony Almonte, se vuelve loco y se lanza a una orgía de timbales y percusión impresionante y Steven disfruta su clásico solo de guitarra a todo ritmo. Y el set principal acaba con otra de las indispensables, Forever, con la banda y el personal presente, entregados, botando al ritmo del tema de 1982. Un final por todo lo alto.
Sin embargo y aunque ya se habían cumplido sobradamente las dos horas de concierto, aún hubo tiempo para los bises de rigor. Comenzaron con un tema de los Ramones muy adecuado para estas fechas, Merry Christmas (I Don’t Want to Fight Tonight), que ha aparecido pocos días después editada de forma oficial. Después, otra de las fijas y con razón, el himno de Southside Johnny & the Asbury Jukes, I Don’t Wanna Go Home, y una potente y motivadora Out of the Darkness que sonó fresca y emocionante para cerrar el concierto, demostrando la buena forma física de toda la banda.
Como seguidor de este maestro desde mi más tierna adolescencia, debo decir que nunca pensé que presenciaría este momento en el que por fin, después de muchos años de silencio musical podríamos disfrutar todos de una de las figuras más carismáticas del rock de las últimas décadas. Little Steven, el músico, guitarrista, arreglista, compositor, productor, actor y, en general, hombre de muchos sombreros, parece estar viviendo una segunda juventud, saldadas por fin sus deudas consigo mismo, con la política y con el mundo del que desconectó como artista musical a principios de siglo. Su legado como mano derecha de Springsteen y como músico en solitario avalan una trayectoria con sus altibajos pero siempre sorprendente tanto por sus escarceos con estilos musicales contrapuestos como por sus incursiones en otros medios como la televisión. Reencontrarlo, redescubrirlo o simplemente descubrirlo, a estas alturas de la película es realmente un placer y el mejor ejemplo de aquello tan manido de “quién tuvo, retuvo”.
Si la siguiente gira de los Disciples of Soul y su jefe pasa cerca de vuestra casa, no lo dudéis, hay que rendirles visita. Uno de sus conciertos es un mágico paseo por el tiempo y la música que os dejará huella.
Y en estos tiempos que corren, eso no es algo que se pueda desechar así como así.