Milán: el río en la jungla
por Cris Magdaleno
La primera parada de la gira de Springsteen en Italia llegó este domingo al estadio de San Siro, en Milán, templo consagrado del Brucismo en Europa. Bruce Springsteen y la E Street Band ofrecieron a más de 60.000 personas un repertorio con hasta 14 canciones de The River y algunas joyas como Lucille o Jungleland. Habrá un segundo asalto hoy martes, a pesar de que Bruce, en un lapsus, asegurase que la próxima cita sería el lunes.
Este domingo, las puertas del Giuseppe Meazza se abrieron para los primeros números del pit a las 15:00h. Bruce, que esta vez no realizó prueba de sonido, salió algo antes y premió a los primeros en entrar tocando una versión acústica de Growin’ Up.
La apertura del concierto ya auguraba una montaña rusa de emociones. Los fans milaneses habían preparado un enorme mosaico en la grada norte de San Siro que, en tonos azules, rezaba: “Our Dreams Are Alive Tonight”. Y vaya si lo estaban. Una sensacional Land of Hope and Dreams arrancaba como la antesala de lo que sería una más de las increíbles e innumerables noches de Springsteen en San Siro que comenzaron ya durante la gira del Born in the USA en 1985.
Quizá el setlist no refleje la intensidad del show del domingo, pero Bruce parecía enormemente cómodo y la conexión con los italianos era, como de costumbre, brutal. Habló en italiano varias veces, más de lo normal en países de lengua no inglesa. La entrega de ambas partes, banda y público, era total.
Con The Ties That Bind comenzaron a sonar las canciones recogidas en el doble álbum de The River, aunque, eso sí, de manera intermitente. Más de tres horas y media de puro rock and roll. Sin parar. Sin descanso. Llegó el turno también para Jackson Cage, vibrante, e Independence Day (no podía no aparecer con el 4 de julio tan cerca), con palabras en italiano explicando brevemente la temática de la canción. El río seguía fluyendo y, tras gritar “Milano, I have a crush on you!”, tocó la canción homónima.
Una pancarta hizo que Bruce se desviase del setlist previsto para interpretar la deliciosa versión de Little Richard, Lucille, con un Springsteen, vocalmente, en estado de gracia. Continuó con una rapidísima You Can Look y, quizá sabiendo lo muy sufrida que ha sido la crisis económica en el sur de Europa, interpretó Death To My Hometown, de su etapa más reciente.
Point Blank, siempre cruda y dolorosa, fue otro punto álgido. Roy estuvo fantástico al piano en una intro extraordinaria, como es habitual. Además, Trapped hizo enloquecer, por trigésimo séptima vez, a los fans italianos, a pesar de que Bruce se mostró algo torpe con el punteo inicial. I’m a Rocker funcionó muy bien e hizo las delicias de los presentes, que coreaban el estribillo como si se fuese a acabar el mundo inmediatamente después. Bruce continuó con Lucky Town, otra petición desde la pista, bien ejecutada aunque se echó de menos un solo al final algo más brillante.
Del tramo Working on the Highway, Darlington County, I’m On Fire (o similar) no se libra ni el mismísimo San Siro. Supuso un pequeño bajón en la energía del concierto. Puede deberse a que sean temas algo facilones e hipercoreables que, si no estás en las primeras filas, se acaban convirtiendo en algo tediosos, sobre todo si estás en la comodidad de un asiento en grada.
Los bises arrancaron con Jake Clemons haciendo honor a su apellido, siendo el alma de Jungleland durante el solo de saxo. San Siro se sumergió en la jungla y absorbió, palabra a palabra, la poesía hecha canción más épica del cancionero de Springsteen. Fue, sin duda, el gran momento de la velada. La E Street Band alcanzó la perfección, desde su primer miembro hasta el último. A partir de ahí, pocas sorpresas: Born in the USA, Born to Run, Ramrod, Tenth Avenue Freeze-Out y una inacabable Shout pusieron fin a uno de los conciertos más largos en tierras italianas. Thunder Road en acústico cerró la fiesta con un Bruce visiblemente emocionado tras sentenciar, casi dando un puñetazo sobre la mesa: “San Siro, sois el mejor público del mundo. Os amo”.
En resumen, si bien San Siro corea y ruge con todas y cada una de las canciones, esto puede llegar a ser un problema en algunos de los temas que requieren algo más de tranquilidad y silencio. Unas palmas desacompasadas acompañaron un rato a lo largo de la fenomenal Drive All Night, algo que debería estar castigado con pena de cárcel, como poco. Sin embargo, es preciso mencionar que el comportamiento durante Jungleland y Thunder Road fue ejemplar a la par que emocionante. Cuando eres capaz de escuchar el silencio sepulcral de decenas de miles de personas que, a la vez, contienen el aliento para disfrutar de esos pequeños momentos de los que está hecha la vida, todo lo que has caminado hasta ese instante merece la pena. Un concierto de Bruce es, en esencia, eso. Y este domingo en Milán todo mereció la pena.