por Asier Miner
Desde que se publicó el nuevo álbum de Bruce Springsteen, Only the Strong Survive, el pasado 11 de noviembre, estoy inmerso en una discusión conmigo mismo. ¿Me convence o me deja frío? ¿Esperaba más o cumple con mis expectativas? Ha sido realmente complicado llegar a una conclusión, dejar a un lado la euforia inicial de las primeras escuchas y formular un punto de vista más reposado.
Comencemos, por un lado, por la idea que ha impulsado esta obra. Cuando se oficializó que iba a estar elaborada por versiones de clásicos del soul, pensaba que representaba un camino más que interesante para el de Nueva Jersey debido a su imprevisibilidad. A estas alturas de su carrera debe dejar a un lado los movimientos lógicos y racionales, así como las premisas comerciales. Se ha ganado a pulso el derecho a sorprendernos, a encapricharse por proyectos que no sigan un patrón predecible. Por lo tanto, ¿tiene sentido que, a escasos meses de comenzar su gira mundial estrene un álbum que no contiene temas propios y cuyo material, probablemente, no abunde en sus próximos directos? No, y ahí reside parte de su encanto.
Ahora bien, por muy ilusionante que pueda parecer la obra a priori, es el resultado final lo que cuenta. Ya sabíamos cuáles iban a ser las canciones que Bruce versionaría, de modo que el éxito iba a depender de las interpretaciones, de si sería capaz de hacerlas suyas, de impregnar su personalidad y llevarlas a un territorio novedoso e imaginativo. En este sentido, me esperaba algo más de riesgo, que saliera del guión con mayor frecuencia. Springsteen ha optado por una vía menos ambiciosa a nivel artístico y encara las canciones con absoluta fidelidad hacia las originales, sin cambios sustanciales respecto a ellas.
Esto ya se apreció en el primer adelanto, “Do I Love You (Indeed I Do)”. Aunque, dicho sea de paso, el gancho con el que canta, la adrenalina que tanto él como los coros imprimen, son absolutamente contagiosos. Esta pieza figura entre lo más destacado de un álbum que posee sus innegables puntos álgidos, pero que no está exento de ligeros bajones.
Son precisamente algunos de estos baches los que me dejan con la sensación de que el disco podría haber sido más de lo que es. Las tres canciones que culminan la obra, “7 Rooms of Gloom”, “What Becomes of the Brokenhearted” y “Someday We‘ll be Together” no llegan a las cotas de excelencia que esperaba y generan un regusto algo insípido. Pese a que cumplen con dignidad los controles de calidad exigidos, no están a la altura del colofón apoteósico que habría merecido el álbum. Me ocasionan una paulatina desconexión, a la espera de una traca final que, desgraciadamente, no hace acto de presencia.
Aun así, esto no debería desvirtuar una apuesta que tiene mucho que ofrecer. Dos aspectos que están en boca de muchos críticos son la producción y la manera de cantar de Springsteen. En primer lugar, el disco está bien producido. Es cierto que se puede echar en falta la intervención de una verdadera banda (la mayoría de los instrumentos los ha tocado el productor, Ron Aniello), pero es evidente que el sonido es pulcro y cada instrumento goza de su espacio para lucirse. Además, los coros llevan a cabo una fantástica labor, emergiendo en los momentos oportunos y embelleciendo las piezas con sus discretas, pero solventes apariciones.
En cuanto a la voz de Bruce, a diferencia de lo que sostienen algunos, no me suena forzada o poco natural, sino poderosa y electrizante. Aunque utiliza un registro poco frecuente en él, rebosa vitalidad y energía. La presencia de Springsteen resuena por cada corte con esplendor y brío, rezumando autenticidad y buen gusto. No hay más que poner el foco en el tema titular, “Only the Strong Survive”, para apreciar el inmenso estado de forma en el que se encuentra esta garganta a sus 73 primaveras.
Al mismo tiempo, impresiona la facilidad con la que pasa del fervor de “Any Other Way” a la melancolía de “I Forgot to be Your Lover” o la desesperación de “I Wish it Would Rain”, dos joyas que destilan pasión desenfrenada, cantadas con el alma, como requiere la ocasión. Sin olvidar el plato fuerte del disco, “The Sun Ain’t Gonna Shine Anymore”, portentosa en su delicadeza y simplicidad. Sentida, rebosante de duende y pellizco.
En resumen: Only the Strong Survive dista mucho de ser una obra maestra. Le faltan fogonazos que puedan dejarte pegado al asiento, con el corazón en un puño y el entusiasmo saliendo a borbotones. A todos nos hubiese encantado que se pudiese codear con cumbres del soul como Don’t Give Up on Me, el incandescente trabajo de Solomon Burke. Bruce tampoco ha pretendido entregar un disco comparable al canon de este género, sino una carta de amor a sus grandes ídolos, a las canciones que marcaron y definieron su juventud. Un homenaje a sus mentores que, en su esencia humilde, logra su propósito y aporta una valiosa lección acerca de la atemporalidad de una música inextinguible y hermosa.