por Asier Miner
Crece la desesperación. La espera por ver a Bruce Springsteen en directo comienza a ser insoportable. La situación mundial es tan incierta como cambiante, de modo que se antoja demasiado precipitado pensar en el regreso de eventos multitudinarios. El riesgo de que los planes no salgan según lo esperado es evidente, al menos por el momento.
Ante esta tesitura, no queda otro remedio que buscar refugios, alternativas que permitan apaciguar la creciente necesidad de un concierto del boss. La opción más obvia reside en sus álbumes en directo. A mi juicio, los dos mejores, los más apabullantes por el repertorio y la pasión desatada de Bruce y la E Street Band, además de por el momento en el que se produjeron, son el del Hammersmith Odeon londinense, de 1975, y el último lanzamiento de Springsteen, los No Nukes Concerts, acaecidos en 1979.
El primero tuvo lugar tras la publicación del inmenso Born to Run, la obra que lo catapultó hacia la fama y, no lo olvidemos, que impidió que su carrera se diluyera en el olvido luego de dos trabajos, Greetings From Asbury Park, NJ y The Wild, The Innocent and The E Street Shuffle, muy poco exitosos comercialmente pese a su innegable calidad. La enorme repercusión conseguida por su tercer álbum propició la visita de Springsteen a Europa por primera vez, siendo el de Londres su destino más trascendental y mediático.
Su discográfica, Columbia, consciente de la necesidad de generar revuelo, colocó numerosos carteles por la ciudad: “Al fin, Londres está lista para recibir a Bruce Springsteen”, se apuntaba en la publicidad. No obstante, el artista quedó totalmente descontento con la decisión y, sin pensárselo dos veces, comenzó a arrancar todos los que pudo. “No deseaba distraer al público con mensajes promocionales. Si quieres que sepan lo que vales, debes mostrárselo”, indica Bruce en su autobiografía.
Quizás por el suceso de los carteles, el concierto en Londres se desarrolló con un alto nivel de tensión por parte de Springsteen. En ningún momento se encontró cómodo sobre el escenario, imbuido por una enorme inseguridad. Un malestar imperceptible para los demás, ya que desde fuera el cantante lució pletórico, repleto de vitalidad, sabedor de que estaba ante una inmensa oportunidad de abrir sus fronteras y conquistar a un público desconocido para él. Se la jugaba, debía confirmar lo que por aquel entonces muchos intuían: que iba a ser uno de los abanderados del rock durante los años venideros.
La presión no pudo con él y, junto al impagable trabajo de la E Street Band, regaló una actuación brillante, eterna e histórica. Se metió a los asistentes en el bolsillo desde el primer tema, una arrebatadora interpretación de ‘Thunder Road’ acompañada únicamente por el piano. Además de ‘Thunder Road’, destacaron sobre el resto ‘Tenth Avenue Freeze-Out’, ‘Spirit in The Night’, ‘Lost in the Flood’, ‘Backstreets’ y ‘Kitty’s Back’, en un repertorio de dieciséis canciones totalmente mágico.
El segundo directo al que hacía referencia, The Legendary 1979 No Nukes Concerts, muestra a un artista y a una banda en su época dorada, aquella en la que las canciones no se interpretaban, se vivían y sentían como si la existencia de Bruce solamente adquiriera sentido en aquellos conciertos. Cada uno suponía una maratón sin precedentes, con el Boss y su banda desplegando todo su potencial, su explosión de entusiasmo y adrenalina en vena.
Springsteen, junto a otras estrellas como Tom Petty o Jackson Browne, fue el cabeza de cartel del festival No Nukes, celebrado en señal de protesta por la energía nuclear. El escenario elegido fue el Madison Square Garden neoyorquino y actuó durante dos noches consecutivas, el 21 y 22 de septiembre.
Como resultado, una hora y media de energía incandescente a cargo de un artista incontenible, que quemaba el escenario gracias a unas canciones demoledoras, siempre inmejorablemente acompañado por una apoteósica E Street Band que elevaba cada nota, cada acorde, hasta las nubes. El disco es imprescindible no solo para corroborar que Springsteen, en sus mejores días, no tuvo rival sobre las tablas, sino también para descubrir uno de los directos más épicos y adictivos de la historia del rock.
Los conciertos tuvieron un sabor especial por varios motivos. El primero, porque el día 23 de septiembre el de Nueva Jersey cumplía 30 años. El segundo y, quizás el más destacado, debido a que el día anterior fue la primera vez en la que interpretó el tema ‘The River’ en directo. En el álbum se recoge ese histórico instante, en una recreación de la balada que pone la piel de gallina, donde el cantante siente cada palabra con una profunda intensidad, desbordando un sentimiento tan real como poderoso. Sin duda, uno de los platos fuertes del disco, que ya de por sí es sobrecogedor. Durante 90 minutos cae una cascada de algunas de las mejores composiciones del Boss, desde una inmortal ‘Jungleland’, hasta una ‘Born To Run’ que circula a 300 kilómetros por hora, pasando por ‘Badlands’, ‘Prove It All Night’ o la siempre majestuosa ‘Thunder Road’, en esta ocasión interpretada con el acompañamiento de la banda al completo.
Estos dos álbumes no solo ofrecen una panorámica de la mejor vertiente de nuestro protagonista y sus inseparables camaradas, la que les ha reservado un lugar en el olimpo del rock and roll. También aliviarán unas expectativas que se están demorando hasta la extenuación. Nos queda el consuelo de saber que cada vez queda menos. A priori, los planes de una gira en 2022 se han venido abajo. Las miradas están puestas en 2023. Bruce, te estamos esperando.