19 de septiembre.¿Les dice algo esa fecha? ¿19 de septiembre? Cielos, claro. Ese día, hace treinta y cuatro años, Bruce Springsteen y la E Street Band tomaban el teatro Capitol de Passaic, Nueva Jersey, con cuchillas en los labios. Cuando el tiempo futuro borre la memoria de casi todo esa fecha perdurará como rompeolas del mejor rock and roll. Una avalancha que flamea en los anales bordada a quemarropa.
Quién escuchó ese directo, o contempló la grabación en vídeo, blanco y negro oscuro y sucio, sabe de lo qué hablamos. Aparte el exceso de mitomanía, lo deificado que pueda estar, lo mucho que se pierden quienes hicieron de su majestuoso arte una dieta única, con lo poco recomendables que son los monoteísmos, hay que caer de rodillas, varias al año, ante la pasmosa calidad, perdudable carisma y vertiginosa fuerza de Springsteen sobre las tablas, todavía más si uno se refiere a la sacrosanta gira del 78.
En 2012 no solicito semejantes hazañas. Del rockero con la carrera en el filo, que introducía la lengua en un enchufe para escupir balas, hemos llegado al millonario consagrado que ocupa podio en la historia. ¿Dos personas distintas? Sin duda, y a la vez… ¿Cómo explicar que con sesenta y dos años Springsteen haya tocado tres horas y cuarenta y cuatro minutos? ¿Cómo coño alguien que lo tiene todo sigue enchufado de semejante forma? ¿Cómo uno, con treinta y seis tacos, puede salir del maratón literalmente roto y él parecía recién estrenado? Intuyo que aludiendo a una palabra tan malgastada como decisiva: profesionalidad. La que derrocha Springsteen para agitar el repertorio y ganarse a cincuenta y cinco mil personas. Aunque conozca bien los trucos de la escena, aunque domine como nadie la mezcla exacta del escalofrío y la demagogia, no hay trampa en su fórmula. Mucho menos munición de fogueo. Se trata, parafraseando a Raúl del Pozo, de arrancar como un volcán y seguir como un terremoto. Tampoco crean que fue el mejor concierto que jamás le haya visto. Ni de lejos alcanzó el punto de frenética ebullición de, un suponer, el Madison Square Garden hace cinco meses. No hablemos, obvio, del recital consagrado al The river. En realidad el de esta noche fue sólo (¡sólo!) una sucesión de mandobles de casi cuatro horas en la que entraron los consabidos números para gusto del respetable menos adicto (tipo «Waitin’ on a Sunny Day», «Darlington county», «Dancing in the dark», etc.) y un puñado de glorias.
Sin ir muy lejos esa «Prove it all night» con la introducción del 78 que servidor jamás soñó que vería. O un «Spirit in the night» vigorizado por un sutil y arrebatado arreglo. O «The ties that bind», la joya que abría The river, interpretada con la rabia y pasión perfectas. O la soberbia, y hasta anteayer rarísima, «The E Street Shuffle», con, atención, Vini Lopez a la batería. O una My city of ruins que no me canso de escuchar en este gira, demoledoramente romántica y melancólica. O «Human touch», que subió y subió y subió rumbo a la estratosfera a medida que Bruce arañaba el sólo de guitarra final. O una «Thunder road» rotunda, engrandecida por los vientos. O «Rosalita», feroz de puro risueña, con un memorable Steve Van Zandt codo a codo con Bruce en el mini escenario. O, lo mejor, la asombrosa coda final de «Racing in the street», cegadora en la batuta del mejor Roy Bittan, más una «Land of hope and dreams» que si antes mataba, ahora, repleta de finísimos cortes y otras especies sincopadas, redobla su condición de gran clásico.
Estooo, sí, eché de menos rarezas y, sobre todo mayor enjundia, foco, brújula. Los famosos bloques que alumbran la geografía interna de sus grandes conciertos. Menos besar el cielo para plantarnos luego en el suelo merced a un guiño populista. Ya, se trataba de un concierto de estadios. Bien sabemos que no son los recintos donde aparece con regularidad su versión reconcentrada. En su lugar encontrarán al showman legendario. Que a ratos, cuando le place, regala mordiscos a contrapelo y chaparrones de furia. Entre medias, jolgorio y disfrute. 3 horas y 44 minutos de fiesta vitaminada y un puñado de exquisiteces para una gira que alcanza las ciento sesenta y cinco canciones interpretadas en seis meses.
Pd.: Vale. Comparado con los directos de Ullevi o Helsinki, ok, bien, entiendo el murmullo, los pucheros de los sibaritas, el mmm y el uh y hasta el ejém. Incluso mis propios y muy paranoicos reproches. Pero carajo. Incluso así. En serio. Casi cuatro horas. Un repertorio trufado de clásicos. Una banda precisa como un reloj atómico y un jefe indomable que camino de las siete décadas bate noche tras noche las marcas de duración vigentes desde principios de los ochenta. Avísenme si encuentran sustituto, heredero o delfín.
PD2. Por si no fuera suficiente, Bruce puso la guinda en el pastel cuando se abrieron las puertas del recinto.Con unos pocos cientos de fans ya en el pit, salió a cantar versiones acústicas de «Growin’ Up» y «For You» y dar la mano a los primeros en llegar.
Fotos: Jordi Aguilera