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Barcelona: nuevamente inolvidable

La relación de Springsteen con Barcelona dio el jueves y viernes un nuevo paso, una nueva vuelta de tuerca. Siempre da buenos conciertos, siempre complace, siempre emociona, pero para los recientes concierto en el Estadi Olímpic podemos usar de nuevo las palabras que Ignacio Julià usó como titular de su crónica en la revista Vibraciones del concierto del 81: INOLVIDABLE.

Bruce Springsteen ha vuelto a los escenarios con Wrecking Ball, en mejor forma que nunca, con la banda perfectamente engrasada: una maquinaria perfecta de rock’n’roll que ha recuperado de repente esa chispa que, pensábamos, a veces no llegaba por la edad de sus miembros. Craso error. Quizá la forma física de Clarence Clemons obligaba a que la banda se adaptara a su ritmo (algo lógico), porque sinó no se explica que ahora, de repente, Springsteen y su banda estén pletóricos, lanzados a un maratón diario de más de tres horas (3:10 en el primer concierto de Barcelona) con una energía endiablada, tocando las canciones a su tempo, más aceleradas que en los últimos años y con un vigor propio de hace varias décadas.

Fuimos sin más expectativas que ver un buen concierto de la gira, en su versión estadios, repleto de grandes éxitos y con alguna joya rescatada del pasado. Vaya, pensando que en Barcelona sí tocaría «The E Street Shuffle» y quizá, con algo de suerte, «Backstreets» o, rizando el rizo de las esperanzas, «The Promise» (ensayada en Sevilla). Springsteen y los suyos subieron al escenario mientras en el estadio sonaba «Last Dance» en homenaje a la fallecida Donna Summer. El concierto arrancó con fuerza, con un «Badlands» demoledor recibido con entusiasmo por los 54.000 espectadores. Normal, pues por el motivo que sea el público de Barcelona parece rendirse a Springsteen desde el minuto cero. Buena conexión. De ahí a «We Take Care of Our Own» y «Wrecking Ball», dos disparos certeros seguidos de «No Surrender».

«Death to my Hometown» (cada día mejor) y «My City of Ruins» centraron la parte dedicada al nuevo álbum. Dos grandes momentos, donde Bruce hizo sus primeros pinitos en catalán (no muy acertado en la pronunciación esta vez). Siguió en modo festivo con «Out in the Street», encendiendo al público con sus paseos por las pasarelas laterales. Hasta aquí un buen concierto de la gira, mejorando los dos anteriores en España, aunque sólo sea por pequeños detalles y una interpretación impecable de cada canción, independientemente de los gustos personales. Y llegó la primera sorpresa: «Talk to Me», tema de 1978 grabado por Southside Johnny, del cual Bruce repescó su versión original para el doble álbum The Promise, y ofreció a la nueva sección de metales un momento para lucirse a ritmo de soul.

Tras «Jack of All Trades» y su dedicatoria al movimiento 15-M, llegó un largo segmento de rock incendiario y poderoso. Cinco trallazos: «Youngstown», «Murder Incorporated», «Johnny 99», el estreno de «You Can Look» (fantástica, puro rock’n’roll, con Bruce y Steve compartiendo micro y guitarrazos), y «She’s the One».  Fue media hora demoledora que culminó con «Shackled and Drawn», uno de los temas más inspirados del nuevo disco (con gran lucimiento de la E Street Band, la sección de vientos y los coristas). Más adelante una impecable versión de «The River» subió el listón de nuevo de un concierto ya extraordinario, al nivel de sus mejores actuaciones en la reciente gira americana y una de los mejores conciertos (sinó el mejor) que le hemos visto nunca en un estadio, con Springsteen inflamando el recinto, el público a sus pies y dando una lección de talento a sus 62 años.

Tras un tímido «For this man, over here» («para este hombre, aquí»), llegó el punto culminante del concierto para un buen nutrido grupo de fans veteranos. Una suave melodía de piano dio inicio a diez minutos mágicos, y totalmente inesperados. Nadie, absolutamente nadie podría haber imaginado jamás que el cantante volvería a tocar lo que estaba empezando a sonar en el Estadio Olímpico, en Barcelona, a 10.000 kilómetros de Los Ángeles, la ciudad donde 32 años antes (exactamente el 3 de noviembre de 1980) había tocado por última vez la fantástica introducción instrumental que daba paso a «Prove it All Night». Era la introducción (de hasta 8 minutos en noches especiales como la de los famosos conciertos en el Agora, Capitol Theatre o Winterland) que Springsteen tocaba en la gira de Darkness on the Edge of Town en 1978 (y en dos noches en Los Ángeles en 1980, gira The River). Casi quince minutos de salvaje interpretación de «Prove it All Night», una pieza musical (en su versión de 1978), mitificada y adorada desde entonces. Algo que se creía olvidado, una misión imposible. El jueves, de la nada, reapareció de nuevo, a petición de un fan desconocido. Las caras de incredulidad, sorpresa y fascinación en el pit, junto a más de un grito, daban cuenta del momento histórico que se estaba viviendo.

Springsteen brindó el magnífico solo de guitarra de la intro casi nota por nota como en 1978, seguido de una explosiva «Prove it All Night», y un solo de guitarra final, que cedió a Steve Van Zandt, que nos llevó al éxtasis. ¡Gloria eterna para el valiente que la pidió y consiguió que Springsteen le hiciera caso! Tal como acertadamente indican Erik Flannigan y Jon Pont en la web de Backstreets, Springsteen acostumbra a sorprender espectacularmente a su público con versiones de canciones «imposibles», ya sea «New York City Serenade» en su regreso inesperado en 1999, «Streets of Fire» en 2003, «Song for Orphans» en 2005 o «Lion’s Den» en Nueva York el pasado mes de abril, pero recuperar ese momento histórico de su carrera musical era algo fuera de toda lógica. Es posible que no fuera un momento especial para una gran parte del público (como se refleja en la prensa, que ha obviado el hecho para centrarse en el nº de camiones de equipo, la potencia de sonido o los niños cantores), pero sí que fue algo memorable para esos seguidores del artista (muchos lectores de Point Blank) que son fieles estudiosos de toda su historia musical a través de las numerosas grabaciones pirata de conciertos y de los relatos leídos sobre esas giras míticas de los años 70, en especial la de 1978.

Sin tiempo de sobreponernos al grandioso momento, Springsteen enlaza directamente con una inesperada «Hungry Heart», y el frenesí continúa en comunión con el público que no acaba de creérserlo. De ahí, ya sin freno, a «The Rising», «We Are Alive» y la recuperación de su canción más admirada: «Thunder Road», en una versión inolvidable, poderosa y sentida que puso la carne de gallina con el extraordinario solo final a cargo de Jake Clemons, primero, y toda la sección de vientos a continuación. La E Street Band bordó la canción, recuperando magistralmente el espíritu de la canción. Sin habla, así nos quedamos, ante tal despliegue de música por parte de Bruce Springsteen y la E Street Band.

Tras la despedida de rigor y una brevísima pausa llegó una tanda de bises a piñón fijo que provocó el delirio final (uno más). Una estupenda «Rocky Ground», con la voz destacada de Michelle Moore, cedió el paso al rock más frenético con «Born in the USA» (demoledora), «Born to Run» (inspiradora como pocas veces), «Bobby Jean», «Dancing in the Dark» y una irresistible «Tenth Avenue Freeze-Out» (con el recuerdo a Clarence Clemons en su parte central). El concierto del jueves es de los que no se olvida, una noche histórica que quedará marcada en la memoria de los que tuvieron la suerte de estar allí.

Con los ánimos encendidos subimos hacia Montjuïch el viernes, con las expectativas muy altas pero sabedores de que dificilmente podría llegar al nivel de la noche anterior. Error. Quizá no hubo un momento único en la historia como esa versión de «Prove it All Night», pero Springsteen inició el concierto como un poseso, con la misión de superar sus propias barreras. El apabullante arranque con «Night» y «The Ties That Bind» dejó claras las intenciones. Momentos después llegaban «We Take Care of Our Own» y una improvisada «Two Hearts» a todo trapo, seguida de «Wrecking Ball», «My City of Ruins» y el ritmo desafiante de «Death to My Hometown».

Springsteen saltaba, corría, se acercaba a la primera fila, daba instrucciones a sus músicos sin dejar de perder el control en ningún momento. En sólo media hora nos había dejado boquiabiertos en más de una ocasión. Sin tiempo a recobrar el aliento llegan dos repescas de sus primeros discos: «Spirit in the Night», tórrida y vital, seguida de uno de los momentos más espectaculares de la noche, «The E Street Shuffle», un frenesí de rock y rhythm & blues con especial protagonismo para los vientos y el duelo rítmico entre el percusionista Everett Bradley y el baterista Max Weinberg. Hasta aquí, espectacular.

Springsteen dio tregua con «Jack of All Trades», la rabiosa canción en forma de balada que dedicó de nuevo a los indignados y todos los que luchan en tiempos de crisis. Tras la calma nueva tormenta de rock, esta vez con «Trapped» (vibrante, dejándose la garganta al cantarla), «Downbound Train», «Because the Night», el rockabilly de «Working on the Highway» (desde el escenario pequeño) y «Shackled and Drawn». Sin aliento de nuevo ante tal despliegue de energía. Y es que la capacidad de Springsteen para contagiar buenas vibraciones es inagotable en esta gira. «Waitin’ on a Sunny Day» y «The Promised Land» mantuvieron la tensión hasta que llegó otro de los momentos mágicos de este segundo concierto.

Por primera vez desde 1981 volvía a ofrecer la melancónica «Racing in the Street», en su versión con la E Street Band. Otra repesca histórica que maravilló con sus cinco minutos finales de clase magistral al piano a cargo de Roy Bittan.

«The Rising» y «We Are Alive» no acercaron al final. En esta ocasión no hubo «Thunder Road», pero una enérgica introducción instrumental (como en 1978, de nuevo) dio paso a una inesperada «Badlands», en su versión más salvaje y furiosa, con diversas codas hasta llegar al clímax final con el estadio al completo rugiendo. El postre lo puso «Ramrod» abriendo los bises a toda velocidad, junto a otra magnífica versión de «Rocky Ground» y una racha festiva idéntica a la del día anterior, quizá con menos ímpetu y demasiado previsible después de la avalancha de sorpresas y emociones vividas hasta ese punto. Nada que alegar.

A estas alturas de su carrera a Springsteen no le queda nada por demostrar y podría perfectamente dar conciertos de hora y media repletos de éxitos y seguir triunfando. Pero sigue dando largos conciertos de más de 3 horas, cambiando el repertorio constantemente, sorprendiendo día a día con su enorme carisma, su personalidad y sus elevadísimas dosis de empatía personal con su público. Un acto de reafirmación de su talento que se repite gira tras gira, concierto tras concierto. Sin trucos ni trampas ni fuegos artíficiales: puro Springsteen. En su mejor versión.

Fotos: Salva Trepat

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