por Jesús Jerónimo www.cielovacio.com
Foto: René Van Diemen
Bruce Springsteen siempre camina entre la sencillez y el exceso. Ya lo he comentado en varias ocasiones, funambulista que a veces pone un pie en el arte y a veces cae en lo exageradamente comercial, llevado de los deseos de un público dividido entre seguidores veteranos de su música (los menos) que le piden intensidad, rabia y magia y otros más recientes (los más) que prefieren espectáculo, pasión desbordada (por más que no sea una impostura en demasiadas ocasiones), cánticos comunitarios y despliegue físico.
Esa, ni más ni menos, es la gran desgracia que acosa al músico americano desde hace al menos 25 años: complacer al sector más musical de su audiencia o a los otros muchos miles de personas que también pagan entrada y que poco conocen mas allá de los hits 80’s del «Jefe». El resultado final es un sofrito extraño, donde canciones tan rotundas y emocionantes como «Incident on 57th Street», «Spirit in The Night», «Sandy» o «Backstreets» se desnaturalizan en enormes y cavernosos recintos (consiguiendo en cualquier caso emocionar -pura magia dadas las circunstancias-), conviven con temas muchísimo más flojos («Dancing In The Dark», «Lonesome Day», «I’m Going Down», celebradísima ésta última) que permiten al público mas heterodoxo salir con la sensación de haber visto algo mítico.