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Documental The Ties That Bind: Conversación consigo mismo

acousticpor Miguel Martínez

Casualmente, la aparición de la caja de ‘The River’ me ha pillado leyendo “Esperanto”, de Rodrigo Fresán. Digo casualmente porque un par de párrafos de ese libro expresan cosas que vienen muy a cuento para captar el sentido de lo que cuenta Bruce en el documental -para mí, apasionante- de esta reedición con extras. En uno se apunta: “Tuviste la mala suerte de crecer con la televisión en colores. Cuando yo era joven la televisión era en blanco y negro y no costaba demasiado pensar que todo no podía pasar por ahí. Porque era una tosca imitación de la realidad. No buscaba suplantarla…”. Y en el otro párrafo, que empieza diciendo “¿sabes lo que pasa? Vos sos de la era del CD y yo soy de la era del LP. Vinilo. En mi tiempo todo tenía un lado A y un lado B. Como el yin y el yang”, se recuerda que “la cuestión estaba en que había que trabajar. Había que levantarse para dar la vuelta al disco y darse vuelta uno. Había que dar vuelta a un disco que los músicos se había tomado el trabajo de concebir a partir de una estructura, de un lado A y de un lado B. Ahora todo es igual. En los CD todo va seguido. No hay orden y siempre está el shuffle o el repeat all. No hay un crescendo y no hay pautas para reflexionar acerca de lo que fue y acerca de lo que vendrá. Ahora todo se reedita con tomas descartadas y bonus tracks que debilitan la idea de algo sólido, armónico y coherente. La idea de un principio y un final necesaria (…) a veces la ayuda de un principio y un final sirve porque, alguna vez, en algún momento, ciertas cosas tienen que terminar…”. Los lazos que ataban.

Captura35Durante casi una hora, Springsteen relata, en una conversación consigo mismo, por más que mire a la cámara o a nosotros a través de ella, cómo nació y creció su cuarto disco. Aquella lucha sin cuartel, componiendo, grabando demos solo en aquella casa de Telegraph Hill Road, enseñándoselas luego a la banda, descartando el resultado, se titulase “Night Fire”, “Under The Gun” o “The Man Who Got Away”, que no le llevaban al álbum adonde quería ir, volviendo a empezar de nuevo, buscando algo. Un algo que era su voz adulta, la que había empezado a desarrollar en “Darkness On The Edge Of Town”, para a partir de ella crear una comunidad de personajes que lo reflejasen a él, con su edad, y a su familia, y también las fuerzas sociales que habían moldeado la historia de los suyos. Un algo que debía mover sus canciones hacia el “mainstream” y las preocupaciones que percibía en la música más vieja que el rock que tanto escuchaba aquellos días, como era el country de Roy Acuff, Johnny Cash, George Jones, Tammy Wynette. Un algo que debía mezclar esa sensibilidad con la excitación de su banda. Un algo que se enfrentara al éxito y el fracaso de las relaciones personales, ese gran misterio para él entonces, que vivía solo por y en la música. No quería ser un mero observador y quedarse “outside looking in”, deseaba involucrarse en lo mundano. Necesitaba algo que le diese coraje suficiente para alejarse de sus inclinaciones más oscuras y no perderse en ellas. “Una vida creada, una vida imaginada, no es una vida, es solo algo que has creado. Una mera historia. Pero una historia no es una vida. Una historia es solo una historia”.

Bruce desgrana eso en el documental con un diálogo que es monólogo, porque su voz es la única que se escucha. Su voz y unos silencios en los que se ensimisma, escarbando en el pasado, en 35 y 36 años atrás, para recordar cómo se esforzó, con la ayuda de su “Rat Pack” particular, aquella E Street Band que asistía estoica a la búsqueda del nuevo santo grial, cada vez más sofisticada, más llena de recursos -pequeño homenaje incluido a Danny Federici y su Hammond B3 en “Hungry Heart”-, más su prolongación, hasta que por fin apareció la canción “The River” y abrió la compuerta al nuevo mundo, a aquel algo que perseguía: y llegó la comunidad de personajes, la voz adulta, también con implicación política, la autobiografía emocional. Ese tema lo interpreta en directo en la película, en el jardín, y lo hace como si lo cantase hacia dentro, o para él, igual que ocurre con el resto de los que toca, dos más en ese mismo lugar, “Two Hearts” e “Independence Day”, y tres en una cocina, “Point Blank”, “Wreck On The Highway” y por último “The Ties That Bind”. Entre una y otra nos va relatando la manera en que fue creciendo el proyecto en su cabeza, desde que comprobó que “The Ties That Bind”, el que iba ser el disco inicial, sencillo, no le parecía “lo suficientemente grande” porque no podía contener todos los colores y sentimientos que quería meter en él. No fue hasta que se decidió que el álbum sería doble que se hizo la luz y ya hubo espacio para baladas y rock de banda de bar, para las canciones del palo Steve Van Zandt (más ruidosas) y las del palo Jon Landau (más formales), los dos produciendo, mientras Springsteen se situaba en el medio y entre los tres se inventaban antídotos contra la esterilidad de algunas grabaciones de la época. Para así sonar como las de Gary US Bonds y The Dave Clark Five, para así mostrar todo el espectro de su directo -la respiración, la profundidad-, para así componer pasajes específicos donde Clarence Clemons y sus solos clásicos evocasen los discos de Dion.

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En las cuatro piezas finales, “Ramrod”, “The Price You Pay”, “Drive All Night” y “Wreck On The Highway”, Bruce nos cuenta que el epicentro son los adioses, cada una afrontándolo a su manera. Las despedidas. Las pérdidas. No hay “happy ending”. Afirma que escogió para el punto final esa pequeña gema que es “Wreck On The Highway” porque quería dejar al oyente pensando en la muerte. “Todos hemos perdido familiares, compañeros. Alguien está ahí y de repente ya se ha ido”. Todo un golpe de efecto, bajar así el telón, “in a very real way”, que nos conduce al principio de este texto. Porque “The River” no quiere ser una tosca imitación de la realidad, ni suplantarla. Va más allá de esa idea estética. Porque en “The River” el reloj que dicta nuestros segundos aquí, que son finitos como bien sabemos a partir de una edad, suena y lo notas. Porque en “The River” el lado A y el lado B te van marcando la pauta para reflexionar acerca de lo que fue y de lo que vendrá, con una secuencia de canciones que refuerza una idea (sólida, armónica y coherente) de un principio y un final. Porque en algún momento ciertas cosas tienen que terminar.